Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, junio 29

La barbarie deportiva. Crítica de una plaga mundial

Marc Perelman

En pocos decenios, el deporte se ha convertido en una potencia mundial ineludible, la nueva y verdadera religión del siglo XXI. Su liturgia singular moviliza al mismo tiempo y en todo el mundo a inmensas masas agolpadas en los estadios o congregadas ante las pantallas de todo tipo y tamaño que los aficionados visualizan de manera compulsiva. Estas masas gregarias, obedientes, muchas veces violentas, movidas por pulsiones chovinistas, a veces xenófobas o racistas, están sedientas de competiciones deportivas y reaccionan eufóricas a las victorias o a los nuevos récords, mientras permanecen indiferentes a las luchas sociales y políticas, sobre todo la gente joven.

La propia organización de un deporte de alcance planetario, fundamentado en un orden piramidal opaco, se ha erigido y consolidado como un modo de producción y reproducción socioeconómico que lo invade todo. El deporte, convertido ya en espectáculo total, se afirma como el medio de comunicación exclusivo, capaz de estructurar en toda su profundidad el día a día de millones de personas, desde la fisonomía de las ciudades, hasta los ritmos de trabajo y la estructuración del tiempo libre.

El nuevo récord, la mejora del rendimiento, el sometimiento del cuerpo por encima de los límites humanos, se convierte en la base del espectáculo, en su única motivación, en el fin que lo justifica todo, por lo que el dopaje y las intervenciones-agresiones en el cuerpo del atleta se han convertido en la normalidad de un deporte que juega al escondite con los controles antidoping, mientras los deportistas se lanzan a una carrera alcocada contra su propia vida.
Apisonadora aniquiladora de la Modernidad decadente, el deporte-espectáculo lamina todo a su paso y deviene el proyecto de una sociedad sin proyecto.


jueves, junio 26

Escuela popular, escuela liberadora, incluso escuela libre, son eufemismos tales como denominar a las cárceles centros de reinserción y a los ejércitos humanitarios

Crespo (05.06.06)

Una mirada crítica a las pedagogías progresistas del capitalismo tecno-industrial. De cómo los pedagogos son capaces de ser sólo “revolucionarios” con altos salarios y creen cambiarlo todo mientras, en realidad, contribuyen a que todo siga igual.

Supuesto pedagogo de profesión, me he negado siempre a escribir de pedagogía. Quizá por no reconocer la miserabilidad de mi profesión y querer esconder, dejando así enterrado, el lado profesional –triste palabra, somos profesionales, técnicos, y, en suma, gestores del capitalismo– de mi vida. Han profesionalizado nuestras existencias, las han especializado, las han tecnificado hasta el límite. La división del trabajo, el fordismo salvaje, impuesto desde pequeñitos, nos hace ser perfectos autómatas programados. Elección magistral hecha en base a lo menos malo por no trabajar montando escenarios, cocinando cadáveres de animales asesinados para el consumo, o limpiando unos grandes almacenes (he aquí mi panóptico profesional).... En fin, no me expandiré aquí en una pléyade de excusas que poco os pueden interesar. No entiendo como alguien puede sentirse bien en su trabajo. No puedo comprender como alguien, prostituyéndose a los intereses produccionistas del Estado-capital, puede ser feliz. Me horroriza ver las sonrisas de quien, bajo el yugo del trabajo asalariado que compra horas de vida para producir plusvalía en beneficio de clase privilegiada que nos gobierna, permanece contento de tener lo que le imponen. Un ladrón, un criminal, un loco –denominados así por esta sociedad enferma– ¿son acaso peores que nosotros que permanecemos sumisos al mercado y sus imposiciones? No hay mayor ceguera que la que se excusa en la comodidad de sus actos. Jacob, miembro del grupo francés anarquista los Trabajadores de la nochedefendió el robo escupiendo palabras en forma de bala para los bienpensantes de la República francesa:

«Llamáis a un hombre "ladrón y bandido", le aplicáis el rigor de la ley sin preguntaros si él puede ser otra cosa. ¿Se ha visto alguna vez a un rentista hacerse ratero? Confieso no conocer a ninguno. Pero yo que no soy ni rentista ni propietario, que no soy más que un hombre que sólo tiene sus brazos y su cerebro para asegurar su conservación, he tenido que comportarme de otro modo. La sociedad no me concedía más que tres clases de existencia: el trabajo, la mendicidad o el robo. El trabajo, lejos de repugnarme, me agrada, el hombre no puede estar sin trabajar, sus músculos, su cerebro poseen una cantidad de energía para gastar. Lo que me ha repugnado es tener que sudar sangre y agua por la limosna de un salario, crear riquezas de las cuales seré frustrado. En una palabra, me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo. La mendicidad es el envilecimiento, la negación de cualquier dignidad. Cualquier hombre tiene derecho al banquete de la vida. El derecho de vivir no se mendiga, se toma.
El robo es la restitución, la recuperación de la posesión. En vez de encerrarme en una fábrica, como en un presidio; en vez de mendigar aquello a lo que tenía derecho, preferí sublevarme y combatir cara a cara a mis enemigos haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes... Ciertamente, veo que hubierais preferido que me sometiera a vuestras leyes; que, obrero dócil, hubiese creado riquezas a cambio de un salario irrisorio y, una vez el cuerpo ya usado y el cerebro embrutecido, hubiese ido a reventar en un rincón de la calle. Entonces no me llamaríais "bandido cínico", sino "obrero honesto". Con halago me hubierais incluso impuesto la medalla del trabajo. Los curas prometen el paraíso a sus embaucados; vosotros sois menos abstractos, les ofrecéis papel mojado» (1)

Toda una declaración de principios. Algunos tememos dar ese paso, sólo la cobardía y el miedo a la cárcel, puede ser un planteamiento razonable para que un revolucionario no actúe de tal manera. Dista mucho el planteamiento de Jacob, atacando frontalmente los cimientos del capitalismo, que el de quien pretende progresar en su trabajo, felizmente convencido, autoengañado, hacia una supuesta revolución social. Sólo el saqueo y el ataque directo a la ley pueden destrozar el orden establecido. El resto, son quimeras parlamentarias ‑camufladas con las más variopintas caretas y tambores– al alcance de todos. Pero, he aquí, una rareza profesional no extinta: los maestros y pedagogos. Qué no sólo están orgullosos de servir al Estado, sino que pueden llegar a creer firmemente en propiciar un cambio social manipulando las maleables mentes de los niños, cuando, lo más que hacen, es inculcar dosis de democracia parlamentaria en estado puro.

La tecnificación no escapa al mundo educativo. Sus lacayos, los maestros y maestras, repiten sin parar el lenguaje creado artificialmente por las elites universitarias al servicio del poder. Así son muchos los maestros, mediadores socioculturales, psicólogos, equipos multiprofesionales, logopedas, pedagogos terapéuticos, monitores de ocio y tiempo libre, cuidadores, profesores, técnicos de enseñanza, incluso técnicos de acción directa (así se denomina a unos profesionales que trabajan en la cárcel de menores de Zambrana) quienes ponen en marcha con orgullo metodologías participativas, recursos polivalentes, materiales para primaria y secundaría; que crean herramientas constructivas, integradoras e inclusivas, que evalúan y autoevalúan, que no castigan sino que “implantan consecuencias”. Que destinan a los niños desobedientes a los equipos de orientación y recuperación, que profundizan en la miserabilidad de sus vidas e imponen veladamente dinámicas de grupo, juegos de rol y elocuentes debates que hacen apología –quizá sin pretenderlo- del intercambio de mercancías, de consumismo salvaje, de la sociedad espectacular.

Los trabajadores de la educación dan por incuestionable un axioma: los niños no poseen las capacidades mentales adecuadas y hay que reconducírselas. Parten de que si la conducta de los niños está por determinar, son ellos quienes lo harán magistralmente, atribuyéndose la verdad, la razón, la “creatividad” y por tanto aniquilándosela siempre al niño, que pequeño por edad, no puede valerse por si mismo. Esta autoatribución en sus funciones, este exceso de hedonismo, de poder completar a los otros siempre haciendo el bien, incluso propiciando el cambio social, siempre concebido como una verdad universal e incuestionable, es un mal endémico escolar ¿Quién determina esos parámetros? ¿Quién establece esos criterios? ¿Quién se cree más cabal que un niño?

Vemos a los niños avanzar con los años y se van contaminando por la influencia detestable de los adultos. ¿Somos las personas adultas más cuerdas que ellos? Sólo cabe echar un vistazo al caos mercantil que rige nuestras vidas para deducir que no. Pero ni si quiera se duda. Se establece un rol erróneo nefasto: el que sabe y el que no sabe. El que, de manera increíble, se atribuye el monopolio de la verdad y la va a trasmitir a los pequeños. Una superioridad camuflada en los criterios pedagógicos progresistas realmente reaccionaria. Se establecen relaciones de dominación y, por tanto, de obediencia. Entre adultos estaría mal visto. Pero hablamos de niños, y por sólo ese hecho, carecen de principios. Por su bien contaminamos sus vidas. Hay un rol escolar maestro-alumno plagado de historia impositiva que es en si mismo inevitable. Un alumno y un maestro en un aula juegan una disposición autoritaria en la que no caben parámetros de equidad por mucho que se pretendan. La relación de poder será siempre desigual por mucho que esta se camufle. De ahí es normal que los alumnos están siempre a la defensiva con el maestro, desconfíen siempre de él y hasta lo vean como un enemigo. Escuela popular, escuela liberadora, incluso escuela libre, son eufemismos tales como denominar a las cárceles centros de reinserción y a los ejércitos humanitarios. Los pedagogos progresistas no pueden oír de hablar de la destrucción de la escuela. No pueden soportar escuchar que la escuela – al igual que la fabrica y la cárcel- es algo muy reciente en la historia de la humanidad. No pueden entender que hay sociedades que hoy en día se rigen sin escuelas (aunque se las traten de imponer, por ejemplo, a los indígenas) y se trasmiten cultura, sensaciones y sentimientos de manera mucho menos impositiva que cualquier forma de escuela a través de diferentes formas artísticas. No quieren saber que la escuela nace de sus homónimos progresistas ilustrados que pretenden otorgar al estado el monopolio de la educación, alejados de la peculiaridad familiar y barrial, y sometidos a la homogeneización que el Estado realiza a través del ámbito escolar. Escuela y cárcel, dos instituciones que, como universales, no distan tanto en el tiempo. La una prepara productores para el capital, la otra encierra a quien no produce como le enseñaron y desobedece la imposición del mercado; la ley. No hay nada peor que un pequeño alumno que falta a clase, al igual que es intolerable para la patronal cuando un trabajador falta al trabajo. Norma burguesa infranqueable para los buenos ciudadanos, para los buenos pedagogos progresistas. Acto penado por la ley.

No quieren oír hablar de las teorías de la desescolarización porque.... ¿De que vivirían los maestros sin escuelas? ¿Dónde encontrarían ellos, progresistas y respetuosos humanistas, su espacio de dominación y superioridad? ¿Cuantos profesores pueden sentirse revolucionarios cobrando 40€ la hora en medio de la pasividad de sus vidas?

¡Cuantos monitores de ocio y tiempo libre, educadores sociales, técnicos del ocio, pueden ayudar a los demás sólo con altos salarios mientras son incapaces de involucrarse en la guerra social por el fin de las clases! ¡Qué sería de sus revoluciones sin el dinero que les proporciona el estado y el capital! ¡Que sería de sus cambios sociales sino fuera por la mercancantilización de su trabajo! ¡Que sería de sus dinámicas de grupo si no estuvieran pagadas como un salario “alto standing”!. No serían nada. Todo lo pueden dentro del trabajo asalariado, nada valen fuera de él. Contribuyendo al engorde de la maquinaria capitalista dicen poder combatirla. "Todo esta en la educación, es la base para cambiar las cosas", repiten mientras se suceden las generaciones y el orden establecido es cada vez más férreo. Contribuyen mejor que nadie a pagar la paz social. Pedro García Olivo explica la docilidad social emanada de los funcionarios del estado a la perfección:

«Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que meramente "alimenticia": escudándose en su sentido del deber, en la obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,... Se ha hablado, a este respecto, de una "funcionarización de la violencia", de una "funcionarización de la ignominia"... Significativamente, estos "profesionales" que no retroceden ante la abyección, capaces de todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores encendidos del Estado... Son, sólo, hombres que obedecen...
Yo he podido comprobarlo en el dominio de la educación: se siguen las normas porque sí; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al "sentido común docente" sin desconfiar de sus apriorismos, de sus callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que el resto de los "compañeros", evitando desmarques y desencuentros. Esta docilidad de los funcionarios se asemeja llamativamente a la de nuestros perros: el Estado los mantiene "bien" (comida, bebida, tiempo de suelta,...) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro, condiciona su fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena vida, obedecerá ladino... Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos, antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,..., obedeciendo todos los días a su Enemigo sólo porque éste les proporciona rancho y techo, limpia su rincón, los saca a pasear... Me parece que la docilidad de nuestros días, en general, y ya no sólo la "docilidad funcionaria", acusa esta índole perruna... » (2)

Educación y escuela se funden en el mismo concepto para los planteamientos pedagógicos de hoy en día. Nada más falso. La “importancia y necesidad” de la escuela es un mal endémico del capitalismo y del Estado que los pedagogos ya han asumido como suyo. Sólo las teorías de la desescolarización han acertado a arañar las imposturas de los progresistas pedagógicos. Teorías enterradas incluso por los propios libertarios. La escuela, por su propia concepción y estructura, nunca podrá propiciar una revolución social. Por mucho que se maquille el envoltorio, la escuela es una imposición del progresismo burgués.
Al inicio hicimos notar el surgimiento de la educación institucionalizada; de ahí a nuestra actual situación encontramos no solo a la escuela sino a la mayoría de los organismos de la sociedad con el virus de la institucionalización. Toda actividad humana está amenazada por una ley que rige el deber ser de cada uno de nosotros; nacimos para desempeñar una función que nos han de asignar a través del proceso de la escolarización. La planificación (la definición) se ha vuelto la esquizofrenia de la sociedad. La justificación más grande que ha usado la escuela para adoctrinar al niño desde temprana edad aparece con el pensamiento burgués (Locke). El niño es considerado un ser irresponsable, incapaz de la conciencia y por ende de la madurez que posteriormente le dará su libertad. El sometimiento (desplazando el aprendizaje extraescolar donde se da el conocimiento de mayor contenido) se presenta como necesario y forzoso. Los niños se convierten en ineptos desde el principio, dependientes de las instituciones. La transferencia de responsabilidad desde sí mismo hacia una institución garantizará el estancamiento social.

«Si no existiese una institución de aprendizaje obligatorio y para una edad determinada, la "niñez" dejaría de fabricarse. En el presente, la democracia cayó sobre los desposeídos, y con la ley de que todos deben tener acceso a los cuarteles escolares de gobierno, se les ha aplicado el sello de ignorantes igual que a la niñez privilegiada, ahora todos están iguales» Ivan Ilich. La sociedad desescolarizada.

Notas
1: Extracto sacado de la declaración de Alexander Marius Jacob en marzo de 1905 donde tiene lugar en la audiencia de Amiens (Francia) el proceso contra los Trabajadores de la noche. Detenidos desde 1903, detención que ponía fin a una actividad de tres años con más de 150 robos en domicilios, hoteles, castillos e iglesias.
2: Extracto del libro El enigma de la docilidad. Sobre la implicación de la Escuela en el exterminio global de la disensión y de la diferencia. Autor: Pedro García Olivo. Edita: Virus.
 
 

lunes, junio 23

Son amigos no comida

Edición: La Cruz Negra 

[...]Los establos carecen de luz solar y ventilación y los animales son confinados desde su nacimiento en jaulas tan pequeñas que les es imposible cualquier tipo de movimiento, sólo pueden estar de pie o acostarse, incluso a la hora de parir. Esto provoca en los animales estrés, desesperación, agresividad y demencia. En estas condiciones es natural que los animales orinen y defequen en las respectivas jaulas, llegando a permanecer entre sus desechos día y noche, desarrollando así llagas muy dolorosas que al no ser curadas atraen moscas (¿Y si nuestros niños estuviesen en jaulas todo el día sin ventilación o luz solar, realizando sus necesidades en sus respectivas jaulas sin ningún tipo de control higiénico? ¿No es esta la misma situación?) Los desechos y restos de los animales se arrojan a los ríos, lo que contamina el agua y produce enfermedades no sólo a los operarios, también a los residentes de la zona y al resto de la población debido a que luego se extiende.

Toda esta crueldad llevada a cabo por el ser humano, no acaba aquí, el tratamiento que reciben para acabar con sus vidas es muy cruel e indescriptible, desde palazos en la cabezas, pasando por asfixias en bolsas, cortes violentos, shocks eléctricos, hasta triturados plenamente conscientes de su dolor y agonía. El transporte de animales de granja hacia el matadero ha sido en estos últimos años uno de los principales blancos de estos grupos de activistas, particularmente en el Reino Unido y Escandinavia.[...]


Click aquí para bajar el libro gratuitamente: http://lacruznegrauvieu.blogspot.com.es/2014/05/son-amigos-no-comida.html

viernes, junio 20

La impostura del referéndum y la falsa disyuntiva entre Monarquía y República

El desarrollo del Estado nación moderno significó el incremento de su dimensión geográfica y demográfica. Esta circunstancia generó nuevas necesidades para el sistema político que requirieron el establecimiento de fórmulas de legitimación que hicieran aceptable el orden impuesto por el propio Estado. El parlamentarismo se desarrolló en este sentido, pero también hicieron su aparición nuevos instrumentos como el referéndum y el plebiscito que únicamente fueron viables desde el momento en el que el Estado contó con un aparato administrativo lo suficientemente desarrollado para establecer un control burocrático sobre la población.

El referéndum es un procedimiento jurídico con el que el conjunto del electorado vota directamente una ley o un acto administrativo con el que muestra su acuerdo o desacuerdo. El referéndum puede tener carácter consultivo o vinculante y existen diferentes tipos de referéndum en función de su objeto, carácter y fundamento. Sin embargo, lo que es propio de este tipo de procedimientos es el hecho de que la consulta se realiza con una pregunta que sólo admite una respuesta afirmativa o negativa.

En esencia el referéndum es la forma de represión dictatorial máxima y más dura al restringir la expresión de la voluntad popular a una pregunta que sólo admite como posibles respuestas un Sí o un No, lo que, a su vez, impide la justificación de cualquiera de ambas respuestas y con ello explicar qué quiere cada persona que se manifiesta en un sentido o en otro. Pero a esto se suma el hecho de que los procesos de este tipo generalmente son puestos en marcha por la elite dominante, que formula la pregunta en función de sus intereses y pretensiones políticas de la manera más conveniente y con ello determina al mismo tiempo la respuesta.[1]

Recientemente se ha planteado el referéndum como un método de democracia directa con el que corregir los defectos inherentes a la representatividad del sistema parlamentario. Sin embargo, el referéndum no puede calificarse como un método siquiera democrático si se analizan los casos concretos en los que ha sido utilizado. Por el contrario constituye un instrumento de legitimación de determinadas decisiones políticas, cuando no directamente del orden establecido en su totalidad. Por este motivo es muy frecuente su uso en los regímenes abiertamente totalitarios y dictatoriales como fueron la Alemania nazi, la Italia fascista, o en casos más recientes la Siria de Assad, el Irak de Hossein o el Zimbabwe de Mugabe entre otros. En los regímenes parlamentarios, en la medida en que la convocatoria de referéndum generalmente es una iniciativa de las elites dirigentes, ha servido para allanar el camino a determinadas decisiones previamente acordadas en las altas esferas del poder. El referéndum en el parlamentarismo, al igual que en el resto de regímenes dictatoriales, ha servido históricamente, gracias a la conveniente manipulación propagandística y a la supervisión del proceso ejercida por los medios de coerción del Estado, para legitimar la política del Estado y su orden impuesto.

El referéndum no devuelve en ningún caso la capacidad decisoria a la sociedad, sino que únicamente constituye un momento puntual en la vida política del país en el que el poder constituido ofrece al pueblo la posibilidad de elegir entre dos opciones preestablecidas por la propia elite dirigente. En última instancia el Estado es el que conserva la soberanía con la que toma aquellas decisiones políticas vinculantes para la población de su territorio. Por esta razón el referéndum como tal no deja de ser un fraude organizado con fines legitimadores y propagandísticos, pues es presentado públicamente como un proceso en el que la sociedad ejerce de manera directa su voluntad mientras el resto del tiempo es excluida sistemáticamente de la participación política.

En la medida en que la capacidad de tomar decisiones políticas vinculantes para la población de un territorio recae sobre una minoría que las impone por la fuerza al resto, y que en el caso de los regímenes parlamentarios actúa como representante de la sociedad, en la medida en que se da esta desigualdad política que constituye el origen de todas las demás desigualdades, nos encontramos ante el fundamento más básico del poder que es el ejercicio del mando. El poder busca su propio interés que se reduce en última instancia a la conservación del mando, de esa capacidad decisoria, y en la medida de lo posible a la permanente ampliación de su capacidad de control e intervención sobre la sociedad. El interés del poder se define, a su vez, en términos de poder político, militar, económico, cultural, etc... De esta manera las decisiones son tomadas en beneficio de quienes monopolizan la soberanía, de quienes ejercen esa capacidad decisoria. Aquí reside el carácter autoritario del sistema de dominación que establece el Estado.

La desigualdad política que instituye el principio de autoridad también establece el privilegio de gobernar a los demás, y por tanto que la soberanía sea ejercida por una minoría que la utiliza en su propio provecho. Este privilegio es el que dota a quienes lo detentan de la correspondiente impunidad, pues las decisiones políticas de dicha minoría están encaminadas a mantener y reforzar su posición dominante en la estructura social establecida, y con ello a crear un orden político, pero también social, económico, cultural, etc., favorable a sus intereses en el que no rinden cuentas ante nadie. Se trata de un sistema en el que la elite dirigente disfruta de la máxima libertad para sí y de la mínima responsabilidad. Puede aplicarse a la clase dominante la noción hobbesiana de que la libertad es el poder, y por tanto el privilegio de los fuertes.

El control sobre las necesidades y las acciones de los individuos que componen la sociedad lleva inevitablemente a que las instituciones sean herramientas del poder establecido, y por tanto mecanismos que se sirven del conjunto de la sociedad como un recurso que es utilizado para la consecución de los intereses de la clase dominante. En este sentido las instituciones desempeñan una función de dominación y de control en diferentes ámbitos dentro del contexto del sistema de poder establecido.

Asimismo, el poder necesita socializarse y presentarse como un gran benefactor que brinda, además de seguridad a sus súbditos, toda clase de servicios con los que satisface ciertas necesidades. Esto es lo que permite el desarrollo de un discurso legitimador y sobre todo justificador del orden establecido al plantear que las instituciones son realidades al servicio de la sociedad que es la depositaria última de la soberanía, y por ello están sujetas al control popular por medio de los cauces institucionales establecidos. Pero todo esto no deja de ser pura retórica como así lo demuestran los hechos en la medida en que la soberanía no es ejercida por el pueblo sino por otros que lo hacen en su lugar, de manera que la estructura social, política, económica, etc., vigente obedece antes que nada a los intereses del grupo dominante que monopoliza la soberanía. Así, las constituciones son un reflejo de esta retórica fraudulenta que en la práctica encubre un sistema profundamente despótico, pues el poder no está para ser controlado sino para controlar a quienes se encuentran bajo su dominio. Las instituciones, entonces, no están para servir a la sociedad sino para servirse de ella para la consecución de sus propios intereses.

Todo esto trae a colación la actual situación que se vive en el Estado español, donde emerge con cada vez más fuerza el debate acerca de la necesidad de celebrar un referéndum en el que se plantee el cambio de la forma del Estado. Este debate encubre el problema de fondo que no es otro que la existencia misma del Estado y no la forma que en un determinado momento pueda adoptar. Es un debate que centra la atención en una cuestión del todo irrelevante como es la figura que ocupa la jefatura de una organización que sojuzga al pueblo y que articula los intereses de la oligarquía, y que por tanto priva de libertad tanto al individuo como al conjunto de la sociedad.

Así pues, el debate acerca de la celebración de un referéndum sobre la forma del Estado no deja de ser un artificio político. En cualquiera de los casos, bajo la forma monárquica o republicana, prevalece el Estado como organización que ejerce su gobierno sobre la sociedad, y que mantiene una estructura social, política y económica de desigualdad en la que una minoría impone su voluntad al resto. De este modo impera en ambos casos la misma estructura de intereses con la única particularidad de contar con una jefatura de Estado distinta pero en el contexto político del mismo régimen oligárquico.

Un referéndum sobre la forma del Estado no sería otra cosa que una manera de dirigir y manipular al conjunto de la sociedad hacia una opción preestablecida por la elite política, un proceso aderezado por la propaganda además de supervisado por las fuerzas armadas y policiales del Estado. Significaría refrendar, y con ello legitimar, una decisión previamente tomada por la oligarquía. Nada sustancial cambiaría en el régimen, únicamente el envoltorio bajo el cual se presenta la opresión de las masas. Nos encontraríamos, entonces, ante una reforma del sistema de dominación hábilmente dirigida para su perpetuación que al mismo tiempo contribuiría a crear una nueva legitimidad.

Bajo una república el parlamentarismo continuaría siendo, como es hoy, el sistema político imperante. Una minoría continuaría disfrutando del privilegio político de tomar decisiones en el lugar de toda la sociedad. Las decisiones políticas serían, al igual que ocurre hoy bajo el régimen monárquico, en beneficio de una oligarquía que las impondría al pueblo mediante el empleo del aparato represivo y burocrático del Estado y sus instituciones. Con ello perdurarían las desigualdades, el capitalismo y la explotación en todas sus formas, pues el problema de fondo es el Estado y en ningún caso las formas concretas que este pueda adoptar a lo largo de la historia.

La única alternativa a esta falsa disyuntiva entre república y monarquía es la revolución, pues sólo a través de una ruptura cualitativa del orden establecido es posible un nuevo comienzo, y con ello la destrucción de las estructuras de poder que niegan al pueblo la libertad y lo sojuzgan con la más abyecta opresión.
 
Esteban Vidal


[1] No son muchos los países en los que la sociedad, o una parte considerable de ella, pueda proponer por propia iniciativa la celebración de un referéndum y con ello establecer la correspondiente pregunta de la consulta. Cuando esto se produce siempre es bajo unas condiciones muy estrictas que dificultan este tipo de iniciativas, pero sobre todo en un contexto de ausencia de libertad al estar siempre bajo la supervisión de las fuerzas armadas y policiales del Estado e incluso de potencias extranjeras, sin obviar la influencia que en dichos procesos ejerce la propaganda masiva vertida por los medios de comunicación que contribuye a coartar gravemente la libertad de conciencia de la población a la hora de manifestar su voluntad.

Extraído del portal libertario Oaca

martes, junio 17

Nueva edición de “El mexicano”, de Jack London

El mexicano es uno de los relatos más desconocidos de Jack London (1876-1916), sin duda uno de los autores de libros de aventuras más renombrados y artífice de obras maestras del género como Colmillo blanco o La llamada de la selva; novelas que ya en su día se convirtieron en auténticos best-sellers, procurándole una fama notable y ―todo hay que decirlo― considerables ingresos.

Un autor que, hay que recordarlo, nunca ocultó sus simpatías por el movimiento obrero y la ideología socialista, si bien es cierto que interpretada de una manera un tanto ambigua. Algo que contrasta con algunos episodios de su biografía, como su profundo odio racial hacia los chinos (por entonces una minoría muy relevante en los Estados Unidos) o los episodios de violencia marital que, debido a su reconocida misoginia, protagonizó durante sus dos matrimonios.

El relato que presentamos, publicado por primera vez en 1911, se inscribe en la serie de obras sociales del autor inglés, aunque a diferencia de otros cuentos como Guerra de clases o Revolución, El mexicano se caracteriza por su ritmo trepidante y el protagonismo unívoco de su personaje principal, el boxeador Felipe Rivera, que se transforma en el epígono de una lucha social que mitifica su violencia y augura un porvenir libertador.

De manera indirecta, El mexicano también es un retrato de la Revolución de ese país o al menos de un sector de ella. Efectivamente, el protagonista de la historia se integra en la organización que luego daría origen a la corriente revolucionaria, libertaria y anticlerical, liderada por los hermanos Flores Magón, quizá los mayores exponentes del anarquismo centroamericano y autores también de de una importante producción teórica que llama la atención por su radicalismo, pragmatismo y oportuna sencillez.

El mexicano, Jack London
Traducción de Layla Martínez
http://vidadeperrxs.blogspot.com.es/
Colección Cuentos Secuaces, nº 1
68 páginas

 Contacto pedidos particulares, librerías y distribuidoras: piedrapapellibros@gmail.com

sábado, junio 14

Arte y anarquismo

Grupo Heliogábalo

Con Arte y anarquismo ponemos en la calle el octavo número de Minianarquismos. En este número realizamos un repaso al pensamiento anarquista con algunos textos que creemos especialmente significativos sobre cómo el movimiento libertario ha concebido el fenómeno de la expresión artística. Creemos que el resultado posibilita un acercamiento que evita las lecturas superficiales y muestra el valioso legado del anarquismo con su innegable capacidad emancipadora.

Esta concepción del arte que piensa en la literatura como sofisticado ejercicio intelectual responde a una de las varias concepciones burguesas de la creación. Tras esta visión de la literatura, hay una concepción del artista como genio, como individualidad especialmente dotada, que cobró fuerza tras el medioevo y que durante el romanticismo (ese movimiento pequeñoburgués) exaltó al artista como ser diferenciado, particular… Esta idea se ha prolongado hasta hoy y tiene un calado innegable en las sociedades occidentales que han interiorizado dicha forma de entender al artista. Por todo esto, los pensadores orgánicos dicen que la literatura social es un subarte o arte torpe de barricada y denuncia. No hay nada que decir. Debemos darles la razón. La creación burguesa pensada como estética (como ética del jarrón de museo), con su refinamiento, con sus genios y sus admiradores de genios, sus sutilezas y su capacidad de indagar en lo más profundo, no puede sino mirar con desdén a una literatura para destruir el poder y el estatuto del artista profesionalizado. El arte es demasiado importante como para dejarlo en manos del artista. Por el contrario, descentralizar la figura del creador (y desacralizarlo), anclarlo a las necesidades comunes y llevarlo al encuentro de lo colectivo son fundamentos propios de la cultura literaria del anarquismo.


Arte y anarquismo
Varios autorxs
28 pp.

miércoles, junio 11

La limosna, esa manzana envenenada

Acostumbrados como estamos a la propaganda, más aún en fechas próximas a las celebraciones navideñas, puede parecer difícil explicar qué es la “caridad” y por qué juega un papel importante en el mantenimiento de un orden social como el que sufrimos. La imagen de Teresa de Calcuta acogiendo “intocables” moribundos o la de comedores de la Iglesia en los que vemos crecer las colas todos los días chocan frontalmente con la imagen de Emilio Botín disfrutando de la Fórmula 1 o los resultados bursátiles de las grandes empresas sobre el parquet del Paseo del Prado. El aparente juego malabar de establecer una relación entre las dos cosas se convierte, a poco que se preste atención, en algo más parecido a los eslabones de una gran cadena firmemente soldada.

Empecemos por el principio, ¿qué es la caridad? La caridad es un precepto religioso que solo puede ejercerse en una sociedad dividida en clases sociales. En su propia definición lleva implícita una desigualdad social asumida, pues obliga al creyente a entregar sus bienes a quienes carecen de lo que a él le sobra. Todas las religiones, como buenos somníferos que contribuyen a la paz social, incluyen este mandato entre las órdenes de su dios. En el Cristianismo es una de las tres virtudes teologales junto a la Esperanza (un pecado en la Grecia Clásica) y la Fe. En el Islam toma el nombre de Zakat y en el judaísmo el de Tzezaka, que establece 8 niveles distintos de “calidad” de la misma a la hora de cumplir con Dios. Dependerá de la mayor o menor voluntad de quien entrega la caridad así como del anonimato o conocimiento de los implicados en el proceso. En el caso del budismo se llega hasta a exigir que se entregue incluso lo necesario para uno mismo.

Esta aparente forma de redistribución de la riqueza exige unas posiciones y tiene unas consecuencias para los participantes que es necesario tener en cuenta para valorar en su justa medida lo que la limosna lleva implícito, incluso si, haciendo un esfuerzo, no queremos dudar de sus intenciones.

A pesar de todos los discursos sobre el desinterés de esta práctica, no puede haber tal desinterés cuando se está actuando por mandato directo de dios y la desobediencia, según cualquier precepto religioso, se castiga eternamente. En ocasiones, donde no se mantiene una creencia, juegan un papel importante los sentimientos de satisfacción personal o directamente la rentabilidad publicitaria cuando la acción caritativa es de una envergadura considerable. Evidentemente, son quienes se ven en posesión de la riqueza concentrada aquellos cuya situación permite donaciones verdaderamente efectivas y sobretodo visibles.
Pero quizá la principal razón por la que la élite social impulsa la caridad es porque el sistema socioeconómico no va a ser puesto en tela de juicio. Demos de comer al pobre, pero que nadie pregunte por qué no puede hacerlo por sí mismo, parece ser la máxima.

Aquél que recibe esta acción caritativa tampoco está autorizado a hacerse preguntas. Su papel queda relegado al de un mero instrumento de la voluntad divina y objeto para que otro desarrolle la caridad en los términos que acabamos de explicar. La consecuencia para quienes se ven obligados por las circunstancias a sobrevivir de la dádiva es que como mínimo deberá asumir el rol pasivo que se le adjudica y someterse al modelo social que le ha llevado a esa miseria, culpabilizándose con frecuencia a sí mismo de su suerte. La destrucción de la personalidad que esto supone es incalculable, y esta desactivación de la contestación social que podrían suponer los “pobres” es para las élites uno de los valores más importantes de la caridad.

Sabiendo que la mayor parte de las organizaciones dedicadas a la caridad (y por supuesto las más importantes) pertenecen a la Iglesia Católica, no se puede desdeñar tampoco el adoctrinamiento religioso que la caridad supone debido a la natural gratitud desarrollada por quienes reciben aquello que necesitan. Esto no viene sino a reforzar la resignación a las condiciones de vida impuestas por cuanto quien espera algo en la prometida “otra vida” adormece la voluntad de conseguirlo en ésta.

Pero, ¿esa es la voluntad de la Iglesia? ¿cuál ha sido su actitud histórica ante las propuestas de acabar con el sistema social que produce una legión de pobres? Todo el empeño de esta institución ha sido defenderlo con uñas y dientes por todos los medios a su alcance. Esto es lo que se deduce de un vistazo a las encíclicas elaboradas por el papado en la segunda mitad del siglo XIX. “Quanta Cura”, elaborada en 1864 por Pío IX, está repleta de condenas entre las que destacan la dirigida contra la libertad de expresión y contra la libertad de culto. Bajo la idea de que estas libertades no son más que la libertad de “perdición”, y una vez establecida que la única fuente de verdad es la religión católica, se ahoga toda voz que cuestione el poder.

De igual forma, León XIII dicta la “Rerum Novarum” en 1891, acusando al socialismo (generalizando a todas sus corrientes, entre ellas el anarquismo) de empeorar la condición de los trabajadores. Asimismo defiende sin rubor la propiedad privada “con derecho estable y perpetuo”. “Se halla en la misma ley natural el fundamento y razón de la división de bienes y de la propiedad privada”, llega a decir. Si esta es la posición de la institución religiosa más grande del mundo que impulsa de manera activa la práctica de la caridad, queda claro que ésta última no viene a romper el yugo que establece esa misma propiedad privada que defienden férreamente. Oscar Wilde apreció la hipocresía de este comportamiento: “Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada. Es a la vez inmoral e injusto” (El Alma del Hombre Bajo el Socialismo, 1898).

Pero en el caso de las religiones lo inmoral se relativiza a medida que se asciende en la escala social, y la justicia no es un valor a aplicar en este mundo. Atendiendo al comportamiento de dos de las instituciones caritativas más importantes, y de una de las ONGs más carismáticas relacionadas con la Iglesia, nos podremos hacer una idea de lo expuesto anteriormente.

 

Cáritas


Cáritas es una organización internacional que trabaja en cerca de 200 países con 162 sucursales. Una de ellas es la que desarrolla su actividad en España, con 6.000 organismos en parroquias y 68 en obispados. A pesar de su vinculación estatutaria a la Iglesia Católica, sólo un 2% de su financiación proviene de ella. Alrededor de un 40% del dinero procede de subvenciones públicas y el resto de empresas y donantes privados.

Uno de sus principales mecenas ha sido Amancio Ortega, dueño de Inditex, que entregó a la organización 20 millones de euros en octubre de 2012, la mayor donación realizada a una ONG. Este acto de caridad ocupó primeras páginas de todos los diarios nacionales, así como minutos de oro en los informativos de radio y televisión, una publicidad nada desdeñable en los tiempos que corren. Lo que no ocupó el tiempo noticiable fueron las inspecciones que el gobierno brasileño llevó a cabo en fábricas que suministran el 90% de la ropa a Inditex. Allí se liberaron a 15 personas en lo que se calificó de “semiesclavitud” y se levantó acta de la presencia de niños. De igual modo Inditex ha tenido que hacer frente a numerosas denuncias por condiciones de trabajo similares en Argentina.

En el mismo grupo de grandes personalidades “filantrópicas” podríamos incluir a Joan Roig, dueño de la cadena de supermercados Mercadona, que suministró 42.000 kilos de comida a través de un convenio firmado con Cáritas. Al mismo tiempo, el señor Roig impulsaba en los medios con comentarios grotescos la reforma laboral que Fátima Báñez llevó al Congreso para su aprobación en 2012. Para Roig, nuestro “derroche” ha sido una de las causas de lo que han llamado “crisis económica”, insta a “desincentivarnos” de usar la sanidad, la educación y la justicia como se ha hecho con las bolsas de plástico, y hay que alabar el esfuerzo laboral de los bazares chinos como ejemplo que deberíamos seguir, además de teorizar sobre la necesidad de rebajar las condiciones de vida de los trabajadores (aún más, se entiende) si no queremos “esforzarnos más”. A pesar de aparecer constantemente como empresa modelo del sector, no sólo por la obtención en 2012 de unos beneficios de 508 millones de euros, sino por su compromiso ético, Mercadona es una de las empresas más condenadas por acoso laboral a las mujeres, obstaculizando las bajas por maternidad e incapacidad y acumulando decenas de sentencias por abuso. Evidentemente no le ha venido mal una campaña de imagen.

El ex-ministro de Asuntos Exteriores de Aznar, Abel Matutes, con una larga trayectoria política enraizada en el franquismo y un imperio de hoteles y compañías de transporte, da nombre a la fundación que dirige su familia, que entregó 60.000 euros a Cáritas y otras organizaciones. También obtuvo pingües beneficios de una parcela comprada justo el día anterior de su expropiación por el Consejo Insular, que indemnizó generosamente. En sintonía con este tipo de movimientos sospechosos ha estado la actividad de una de sus hijas, Stella Matutes, imputada por tráfico de influencias como Consellera de Vias y Obras, al recalificar terrenos donde las empresas familiares proyectaban edificar. Su actividad destructiva del patrimonio ecológico de Ibiza con la construcción de hoteles de su grupo y el impulso de autopistas ha sido una constante como método de amasar una fortuna y posteriormente ejercer la caridad.

La colaboración de la clase política madrileña con Cáritas, a través de Ignacio González, se escenificó en la entrega de mil viviendas del IVIMA (Instituto de la Vivienda de Madrid). Que el organismo dedicado a facilitar el acceso a la vivienda haga dejación de funciones en manos de una organización de caridad es el ejemplo más claro de la idea de justicia social que tienen. Siendo conscientes de que ningún organismo público ni responsable político alguno han cumplido nunca con la obligación de que nadie esté en la calle habiendo viviendas vacías, la “clave de bóveda” de la maniobra es que al IVIMA se le pueden exigir responsabilidades por ello, pero a Cáritas no. Por si el asunto no era suficientemente vergonzoso, antes de la entrega desalojaron a gente de algunas de las viviendas que Cáritas afirma tener la intención de alquilar (a unos 200€)… ¡a familias desahuciadas!

En el plano internacional Cáritas ha sido puesta en tela de juicio en más de una ocasión. Los machetes enviados por la organización a Ruanda, utilizados en el genocidio de 1994, y la colaboración con los asesinos de Madeleine Raffin, responsable de Cáritas en la región de los Grandes Lagos, han sido algunas de las acusaciones que detalla Jean-Paul Gouteux en su libro Apología de la Blasfemia. En la recta final de las guerras que trocearon Yugoslavia a finales de los años 90, los camiones de Cáritas Internacional fueron utilizados para transportar armas desde el puerto de Ancona hasta el norte de Albania como publicó en su día el Corriere de la Sera.

En marzo de 2013 ha renovado por cuatro años más la presidencia de Cáritas española Rafael del Río Sendino, el que fue Director General de la Policía entre enero del 83 y noviembre del 86 y Director de Seguridad de Iberia posteriormente. En el cuerpo desde 1962, fue ascendido por José Barrionuevo, y estuvo en el ojo del huracán durante la investigación sobre los GAL, siendo interrogado por las circunstancias que rodearon el asesinato de Santiago Brouard, y llegando a un punto en que la acusación popular pidió su encarcelamiento por encubrir el terrorismo de Estado. Sus faltas de memoria fueron también noticia durante la investigación de la desaparición de Santiago Corella, el “Nani”. Desde luego, teniendo en cuenta quién dirige la institución poco puede sorprender quién colabora con ella.

 

Intermón&Oxfam


En este caso, bajo una apariencia totalmente laica y una actividad de proyectos de cooperación, “comercio justo” y denuncia social, se encubre el control más o menos directo de la Compañía de Jesús (su nombre original fue “Secretariado de Misiones y Propaganda de la Compañía de Jesús”) y la colaboración en el “Consejo Asesor” de algunos de los principales responsables de la situación social que sufrimos.

El nombre de Antonio Gutiérrez, exsecretario general de CCOO, ex-diputado del PSOE y ex-asesor de la Fundación Caja Madrid, será conocido por muchos, aunque es probable que no tantos se acuerden de que fue el responsable en el año 97 de un acuerdo con el primer gobierno de Aznar por el que se redujo la indemnización por despido, por poner un solo ejemplo.

Ramón Forn sin embargo es un nombre que no sonará a nadie. Este asesor de Intermón, relacionado con ESADE, es socio-director de McKinsey Spain, consultoría que lo mismo hace informes para Iberia relacionando salarios y productividad que justifiquen los últimos ataques de la compañía contra los trabajadores, que analiza sistemas sanitarios, como hizo en 2001, para acabar concluyendo (¡cómo no!) que era necesaria la introducción del sector privado en el sistema sanitario público. Mckinsey también recomendaba “complementar” las coberturas con seguros privados.

Pero los casos de Inocencio Arias y de Rafael Arias Salgado formando parte del consejo asesor de Intermón son especialmente sangrantes. Inocencio Arias fue Director General del Real Madrid y durante su estancia en la entidad deportiva los neonazis de Ultrasur se paseaban con total libertad por las instalaciones compadreando incluso con la directiva, que les compraba la lotería de navidad, a pesar de las decenas de sentencias acumuladas por agresiones y tenencia ilícita de armas. Pero si por algo se le recuerda es por ejercer de embajador en la ONU del gobierno cuando Aznar envió tropas a Iraq, aventura neocolonial que ha defendido siempre como “legal y legítima”.

Rafael Arias Salgado, además de ser hijo de un ministro franquista y de presidir PROSEGUR entre el año 83 y 85, fue el ministro de Fomento que en abril del 98 desarrolló la famosa Ley del Suelo, con las consecuencias sobre los precios de la vivienda conocidas por todos. Hoy preside Carrefour España (razón por la que no es extraño encontrar los productos de Intermón en sus estantes) y World Duty Free Group, empresa que se ha hecho con la concesión de las tiendas “Duty Free” de 11 aeropuertos españoles, entre ellos Barajas. Esta gestión le pertenecía a la empresa pública ALDEASA hasta que su colega Rodrigo Rato la privatizó cuando ambos eran ministros.

Con este “material humano” no es extraño que el “comercio justo” que patrocina haya caído rápidamente en manos de multinacionales como Carrefour, o que hayan suscrito convenios con Sol Meliá, propiedad de la familia Escarrer (una de las 10 fortunas más grandes de España), que construye en México en zonas de alto valor ecológico, enajena el agua potable en Costa Rica para regar campos de golf como el del Resort Paradisus en Playa Conchal, devasta bosques de manglar y presiona a los gobiernos para que deroguen las leyes de protección de estos ecosistemas, por no hablar de la explotación semiesclavista de sus trabajadores.

Creo que se puede convenir sin esfuerzo que si esta gente es la que asesora a la ONG es imposible que su acción vaya encaminada a nada que se parezca a la justicia ni a la igualdad, siendo responsables de la brecha social abierta en sentido opuesto a esos términos.

 

Fundación Española de Banco de Alimentos (FESBAL)


Pero sin duda la institución caritativa más mediática últimamente es la FESBAL. A esto ayudó el premio Príncipe de Asturias a la Concordia en 2012 votado por un jurado en el que se encontraban Rodrigo Rato y Alicia Koplowitz entre otros. Como vemos, la presencia de estos sujetos en el impulso caritativo es constante, y una muestra más es el nombramiento de la señora Ana Botella como presidenta honorífica del Banco de Alimentos de Madrid. Aprovechando su nombramiento impulsó la inversión de su patrimonio en la SICAV Gescartera en el año 2001.

La FESBAL tiene una vinculación con el Opus Dei estrecha. El desarrollo de la organización fue gracias al impulso de un empresario barcelonés y del sacerdote de la Obra José María Sanabria, como así lo relata su actual presidente, Jose Antonio Busto Villa en una entrevista a la web de Torreciudad publicada en la página oficial del Opus. Otro de los indicios de esta relación lo tenemos en que el anterior y el actual presidente del Banco de Alimentos de Valladolid, Mariano Posadas y Jose María Zárate, son socios supernumerarios.
Conviene saber que la FESBAL no reparte comida directamente a los pobres, algo que con frecuencia se soslaya. En la memoria del Banco de Alimentos de Madrid de 2011 podemos comprobar que son parroquias, conventos y monasterios en más de un 90%. Pero dentro de los pocos centros que no son religiosos podemos sorprendernos al encontrar a dos instituciones antiabortistas, la Fundación Vida y Provida-Alcalá. Tampoco se explica por qué reparten alimentos en el Seminario Redemptoris Mater del Camino Neocatecumenal o en los colegios que los Legionarios de Cristo poseen en El Plantío (Mahadahonda) y en La Moraleja, de mujeres y hombres respectivamente. Lo que sí vemos es que han recibido para ello 40.000 euros de la Comunidad de Madrid, 24.687 del Ayuntamiento de Madrid y 3.100 del consistorio alcalaíno. En el verano de 2012 ya fue un escándalo el hecho de conocerse que en una residencia femenina de Granada regentada por las monjas franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo estuviesen dando alimentos procedentes de la FESBAL a las niñas a las que cobraban más de 600 euros por alojamiento y manutención.

En definitiva, queda claro que las instituciones religiosas siempre serán firmes defensoras de la autoridad, y por tanto del orden establecido. En ocasiones algunas organizaciones están encubriendo su vinculación a la Iglesia eludiendo así su responsabilidad en la actitud de aquella. La caridad, como hemos visto, está impulsada por quienes sostienen el statu quo, ya que no cuestiona el origen de la pobreza y contribuye a la paz social. Las necesidades básicas para no caer en la exclusión no podemos dejarlas en manos de la misma gente que provoca esa miseria y debemos reinventar mecanismos de solidaridad que atendiendo estas necesidades continúen generando o recuperando conciencia de clase y espíritu de lucha.
 
 
Texto escrito por Julio Reyero.
Fuente: http://www.todoporhacer.org/la-limosna-esa-manzana-envenenada

domingo, junio 8

Contra la sociedad de masas

La anarquía es un estado de existencia libre de autoridad coercitiva, en el que se estaría en libertad de determinar la propia vida cada un@ elija, a imagen de sus propias necesidades, valores y deseos individuales, sin permitir sin embargo que su campo de acción abarque la vida de otr@s que no lo hayan elegido así.

Un mundo no-autoritario conllevaría libertad de asociación, por lo tanto es incompatible con la monarquía, la oligarquía o la democracia.

Much@s de quienes se llaman a si mism@s “anarquistas”, aunque afirman no negar la importancia de la asociación libre, luchan por una sociedad más democrática donde las entidades corporativas y estatales sean reemplazadas por municipalidades controladas por la comunidad, federaciones industriales controladas por l@s trabajador@s, y así sucesivamente. Quienes desean vivir libremente según su propia voluntad tienen razones para sentirse amenazad@s por todas las organizaciones a gran escala, porque son tanto imperialistas como jerárquicas, aunque pretendan ser o denominarse “democráticas” (como si la subordinación del individuo a la mayoría fuera algo deseable).


L@s human@s son sociables por naturaleza – poc@s desean vivir sol@s como ermitañ@s (aunque la libertad de vivir como tal no se puede negar). Sin embargo, l@s human@s son también selectivamente sociables – no simpatizan con todo el mundo, y sería una opresión esperar que fuera así. De forma natural, la gente establece relaciones con otr@s con l@s que se identifican por compañía y apoyo mutuo. Tal ha sido el caso a lo largo de la historia humana. Sólo en la historia reciente la gente ha entrado en organizaciones de masas compuestas por miembros que no necesariamente se conocen o gustan un@s a otr@s. Tales organizaciones no se han formado a causa de su necesidad para la supervivencia. Durante más del 99% de la historia humana, la gente disfrutaba de asociaciones cara-a-cara dentro de acuerdos de familia extendida, y algunas culturas continúan haciéndolo. Aquell@s incapaces de llevarse bien en su grupo o tribu son libres para buscar compañía en otra parte o para vivir sol@s. Este modo de asociación funciona bien – l@s miembr@s de sociedades autosuficientes en pequeña escala pasan habitualmente de 2 a 4 horas al día ocupad@s en actividades de subsistencia. Aunque ocasionalmente pasen hambre, habitualmente comen en abundancia, y disfrutan de un tiempo de ocio mucho más amplio que aquell@s que viven en sociedades de masas.   Las culturas indígenas que aún permanecen intactas hoy en día prefieren su modo tradicional de vida, y muchas están actualmente protagonizando una impresionante resistencia política contra las corporaciones y gobiernos que quieren forzarlas a formar parte de la sociedad de masas para que su tierra y trabajo puedan ser explotados. La gente raramente entra en organizaciones de masas sin ser forzada, ya que roban su autonomía e independencia.

El surgimiento de la civilización se basó en la producción masiva obligatoria. Cuando ciertas sociedades comenzaron a valorar la productividad agrícola sobre todo lo demás, sometieron forzosamente a todas las formas de vida dentro de la extensión de sus ciudades para ese propósito. Las comunidades de gente que deseaban cazar, pescar, forrajear, cultivar huertos o pastorear en la tierra para propósitos de subsistencia serían masacrad@s despiadadamente o esclavizad@s, y los ecosistemas que habitaban fueron convertidos en tierras de cultivo para alimentar a las ciudades. Sólo aquell@s que estaban dedicad@s por completo en el cultivo y en la producción animal fueron permitidos en los campos circundantes. L@s que vivían dentro de las ciudades eran prisioner@s, mercaderes, u oficiales públicos ocupad@s en tareas administrativas y de control social. La organización social ha pasado a ser más compleja, avanzada tecnológicamente y amplia en su alcance a través de los siglos desde el inicio de la civilización en el “Creciente Fértil” (1) de Oriente próximo. Sin embargo, la vida no humana todavía es sacrificada y eliminada para el uso humano (y cada vez a una mayor velocidad), y l@s human@s todavía son forzad@s a vivir como los sirvientes de su cultura y sus instituciones dominantes como un requisito para la existencia. La supervivencia por medios directos está prohibida – para habitar una tierra, un@ debe pagar continuamente un alquiler o una hipoteca, lo que requiere la dedicación para alcanzar una posición económica en la sociedad, dejando insuficiente tiempo restante para la caza o el cultivo (y mucho menos tiempo de ocio para acompañarlo). La educación pública contribuye a garantizar que poca gente sea capaz de aprender a sobrevivir con independencia de la economía.

El capitalismo es la actual manifestación dominante de la civilización. La economía bajo el capitalismo está en gran medida dirigida por organizaciones que cuentan con la aprobación del estado llamadas corporaciones, que poseen el mismo status legal que l@s individuos, limitando y protegiendo así la responsabilidad de sus participantes. Las corporaciones existen con el propósito de beneficiar a l@s accionistas – l@s emplead@s por las corporaciones son legalmente requerid@s para perseguir el beneficio por encima de todas las demás posibles preocupaciones (p. ej., la sostenibilidad ecológica, la seguridad laboral, la salud de la comunidad, etc.), y pueden ser despedid@s, demandad@s, o sancionad@s si hacen lo contrario. El capitalismo deja muy poco espacio para que la vida no-humana florezca de un modo no servil (esto es, en ecosistemas salvajes, en lugar de en establos, jaulas de batería o plantas madereras), y casi ningún lugar para l@s individu@s que no quieren gastar sus vidas trabajando sin parar para la innecesaria e interminable producción de mercancías. La mayoría de la gente pasa casi todo su tiempo ocupad@s en un trabajo sin sentido, monótono, reglamentado y a menudo dañino física y mentalmente, para pagar sus facturas, o a causa de una absoluta necesidad financiera, o porque no saben que podría haber otro camino. Debido a la idiotización, alineación e impotencia que tanta gente experimente durante el curso de sus vidas cotidianas, nuestra cultura muestra unos altos índices de depresión, enfermedad mental, suicidio, adicción a las drogas, y relaciones disfuncionales y basadas en el abuso, junto con numerosos modos indirectos de existencia (p. ej., televisión, películas, pornografía, video-juegos, etc).

La Civilización fue el génesis del autoritarismo sistémico, la servidumbre obligatoria y el aislamiento social, no el capitalismo per se. En el contexto de esta perspectiva, l@s divers@s socialistas, comunistas, y el amplio surtido de anarco-izquierdistas (sindicalistas, ecologistas sociales, etc) que pretenden abolir el capitalismo sin atacar la civilización en su conjunto son simplemente reformistas. La complejidad social que es la civilización se hace posible por la coerción institucionalizada. Los grupos políticos antes mencionados no desean acabar con la coerción, sino democratizarla – esto es, extender la participación popular a su aplicación.

Aparte de los repulsivo de animar a la gente a participar en actos opresivos, hay que señalar que la democracia directa es un ficción dentro del contexto de la sociedad de masas. En una asociación que se expande a una escala mayor de la que es posible para las relaciones cara a cara de sus participantes, la delegación de responsabilidades en representantes y especialistas se convierte en necesaria para que se lleven a cabo los fines de la asociación. Incluso si el consenso o el voto de la mayoría determina a quien se elige para participar en la toma de decisiones o las responsabilidades administrativas, l@s elegid@s nunca están por completo bajo el control del electorado cuando actúan cumpliendo con sus deberes. Un mandato estricto sobre las decisiones o el comportamiento de l@s delegad@s o especialistas implica la supervisión constante por el conjunto del grupo, lo que frustraría el propósito de una división del trabajo. El poder volver a llamar de forma inmediata a est@s delegad@s también depende de la posibilidad de tal control. Adicionalmente, l@s delegad@s elegid@s reciben más tiempo y recursos para preparar y presentar sus visiones y argumentos que una persona corriente, que les proporcionan por lo tanto una gran ventaja para ser capaces de salirse con la suya por medio de la manipulación propagandística y el engaño. Incluso si el grupo en su conjunto determina todas las políticas y gestiones (lo cual es de por si imposible cuando se requiere conocimiento especializado), y a l@s delegad@s solo se les asignan los deberes de hacerlas cumplir, todavía podrán actuar según su propia voluntad cuando no estén de acuerdo con las normas y estén segur@s de poder escapar al castigo por ignorarlas. La democracia es necesariamente representativa, no directa, cuando se practica a gran escala – y la democracia representativa es precisamente el tipo de sistema político practicado actualmente. La abolición de la jerarquía requiere el destronamiento permanente de gobernant@s y jefes, ya sean elegid@s o no, y por lo tanto también requiere que se rechace la sociedad de masas.  

Dado que las organizaciones de masas valoran la producción más que la autonomía personal o comunitaria, son necesariamente imperialistas en su alcance, destruyendo o esclavizando toda la vida que se encuentre en su camino. Sin embargo, la producción no es un valor irrelevante u opcional del que la sociedad de masas pueda prescindir mientras continúa existiendo. Si las ciudades no son auto-suficientes en la producción de su propia comida, se apoderarán de las áreas circundantes para uso agrícola, volviéndolas inhóspitas tanto para los ecosistemas no-humanos como para las comunidades humanas auto-suficientes. Este área se expandirá en relación a cualquier incremento de la población o la especialización del trabajo que experimente la ciudad. Se podría argumentar que la producción industrial se podría mantener, mientras que al mismo tiempo se la haga disminuir considerablemente, dejando a los ecosistemas y a los pueblos no-industriales algún espacio para coexistir. En primer lugar, esta propuesta invita a preguntarse porqué la civilización industrial debería tener prioridad sobre las otras formas de vida, permitiéndose dictaminar a quienes no participan en ella a cuanto espacio exactamente tienen derecho. Es también cuestionable si es incluso posible para una sociedad alcanzar un “equilibrio” entre la opulencia de la alta tecnología y la sostenibilidad ecológica sin privar del derecho a participar en la toma de decisiones a grandes sectores de la población activa o empleando un detallado esquema de planificación social autoritario.

La complejidad estructural y la jerarquía de la civilización deben ser rechazadas, junto con el imperialismo político y ecológico que propaga a través del planeta. No es posible para l@s seis billones de habitantes actuales del planeta sobrevivir como cazador@s-recolector@s, pero es posible para aquell@s que no pueden cultivar su propia comida en espacios sensiblemente más pequeños (comparados con el tamaño de los agotados y envenenados campos de las agro-industrias de hoy), como se ha demostrado por la permacultura, la jardinería orgánica, y las técnicas de horticultura indígenas. Se requieren aparatos de gestión e instituciones de control social para administrar la producción e intercambio de mercancías dentro de una economía basada en la división del trabajo, pero no son necesarios cuando los individuos y pequeñas comunidades toman el control de sus propios medios de vida. El rol de la jerarquía y la reglamentación solo desaparecerá cuando la gente comience a de nuevo a encargarse de sus necesidades directamente mediante una relación inmediata con la tierra. El entorno vivo sólo se preservará y restituirá a su vibrante estado natural una vez que se desmantelen los instrumentos de la producción masiva. La anarquía y la autonomía sólo se desarrollarán una vez que la gente aprenda de nuevo a sobrevivir independientemente del cáncer que es la civilización industrial, y finalmente lo destruyan.
 
(1) Término popularizado por el orientalista norteamericano James Henry Breasted (1865-1935) que hace referencia al área de Oriente Medio de donde son originarias las civilizaciones de esa zona y de la Cuenca Mediterránea [n.d.t.]

Anti Copyright, 2001.
chrswlsn@yahoo.com


Traducción: Ecotopia / Palabras de Guerra


jueves, junio 5

Las cárceles de mujeres en los años de la lucha de COPEL

CENTRE DE DOCUMENTACIÓ
Col.lectiu Arran – Sants

COPEL Se conoce muy poco sobre la situación de las mujeres presas en los años setenta. Podemos apuntar diferentes explicaciones: la sociedad franquista y durante los primeros años de la Transición era fuertemente patriarcal y discriminadora con la mujer. Sus leyes y sus cárceles, bajo un aparente trato de favor y de protección, lo único que pretendían era entrometerse en la personalidad de las presas para que asumieran la visión social que de la mujer se tenía, es decir: la de un ser dócil e inferior que debe ser protegido y que tiene unos deberes que debe cumplir.

El Código Penal tipificaba y aplicaba penas de prisión a algunos de los siguientes delitos:

• El adulterio de las mujeres: “comete adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el que yace con ella, sabiendo que es casada, aunque después se declare nulo el matrimonio”.
• Los anticonceptivos: “fabricar, vender, anunciar o dar información acerca de cualquier método anticonceptivo”.
• La homosexualidad: estaba tipificado como delito de “escándalo público” según la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social.
• La prostitución: era considerada estado peligroso hasta la derogación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación.
• El aborto: hasta 1985 el aborto intencional era delito en todos los casos, a partir de esta fecha se introdujo el sistema de las indicaciones como excepción del aborto delictivo.
• Malos tratos: el art. 583 del Código Penal tipificaba como falta los malos tratos que pudieran infringiese los cónyuges: el marido realizaba la falta si golpeaba a la mujer, pero la mujer, si faltaba de palabra a su marido también se consideraba una falta y no sólo de obra.

Este tipo de delitos, así como robos, hurtos, estafas…, eran los más habituales entre las presas sociales. En aquellos años no se había generalizado el consumo de heroína, pocas mujeres estaban presas por tráfico de drogas y las que lo estaban era por hachís o grifa, drogas que el Régimen Franquista toleró parcialmente. El colectivo de mujeres presas por tráfico de drogas no será numeroso y mayoritario hasta los años 80 cuando se generaliza el tráfico y consumo de las mismas. La mayoría de las presas sociales era de raza gitana durante la transición.

La victoria de Franco supuso un cambio radical en el sistema de las cárceles en España, para la mujer este cambio será desastroso. Las cárceles de hombres con toda su parafernalia de represión, de misas, de disciplina militar, eran gobernadas por funcionarios civiles adscritos a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Las cárceles de mujeres, donde se priorizó el enaltecimiento de los valores femeninos, eran directamente custodiadas por monjas, siendo las principales instituciones religiosas encargadas de la vigilancia y rehabilitación de las presas y sus familias: la Obra Mercedaria, las Cruzadas Evangélicas. Estas últimas fundadas por el Padre Doroteo durante la guerra civil para redimir a las presas políticas. Desde 1936 hasta 1978 esta situación se mantuvo inalterable, las monjas controlan, clasifican y se erigen como únicas intermediarias entre la cárcel y la libertad. La expulsión de las Cruzadas Evangélicas se produce en mayo de 1978 al negarse éstas a aceptar las nuevas reglas que imponía el juego democrático.

No es de extrañar la visión que la sociedad tenía de la mujer presa: una mujer amoral y depravada a la que hay que regenerar, para aplicarlo no se pensó nada mejor que en las comunidades religiosas como responsables (carceleras) de esta función “regeneradora”. Los valores tradicionales de la condición femenina transmitidos por estas comunidades son: priorizar su función doméstica y condición procreadora al servicio del hombre o como se decía en la época “del cabeza de familia”.

De la mujer presa política esta opinión, si cabe, era peor: una mujer que quiere emular a los hombres atreviéndose a pensar, a poner en cuestión el Estado establecido y olvidando las tareas y obligaciones que como mujer y madre impone el nacional-catolicismo. Es por esto, que el trato que recibían era de doble condena: por un lado administrándoles un trato duro de aislamiento e inactividad (no podían apuntarse a talleres, todo el día en el patio o cerradas en la celda), mucha vigilancia, presión psicológica y la prohibición de comunicarse con las presas sociales, no sea que les inculquen sus ideas. Los testimonios de mujeres hablan de pérdida de concentración, de memoria, de vista, también los testimonios hablan de la lucha por organizarse: clases de euskera, de marxismo y todo se decidía entre ellas mediante asambleas, frente a un sistema cuya única preocupación era que aprendiesen a llevar su casa con diligencia.

Todos los testimonios de mujeres presas hablan de la presión psicológica a la que eran sometidas: charlas de las Cruzadas imponiéndoles el rol que como mujeres (y sobre todo si eran madres) tenían asignado por la sociedad: sumisas, obedientes, garantes del orden familiar y creándoles un gran sentimiento de culpabilidad con el fin de limpiar las malas conciencias y mostrarles el buen camino a seguir. Se puede decir que las mujeres presas cumplían doble castigo: como mala mujer/madre y como mujer delincuente.

La realidad que se desprende de esta visión del Estado es la de querer silenciar que hay mujeres delincuentes, hasta tal punto ello es así que la Ley de Reforma Penitenciaria aprobada en plena transición solo habla en género masculino. El único párrafo en que utiliza el género femenino es el referido a las mujeres presas y madres de niños de corta edad, que cumplen condena con ellas.
Ante esta situación y dado el número especialmente pequeño de mujeres presas, respecto a la población masculina, no existían centros específicos de cumplimiento o de prisión preventiva específicos. Los centros utilizados como cárceles eran antiguos conventos, pabellones de centros de menores, o pabellones de centros de hombres. Las instalaciones estaban pensadas para hombres y el director priorizaba al colectivo masculino, más numeroso, en la adjudicación de las actividades: talleres, deportes, cultura o acceso a la biblioteca. En muchos casos y por esta convivencia obligada, las mujeres sólo se podrán duchar los domingos, la situación higiénica será siempre denunciada como precaria.

Al disponer de menos cárceles, las mujeres cumplían las condenas en lugares alejados de su entorno sociofamiliar, creándoles graves problemas de desarraigo y desintegración familiar.

El programa rehabilitador en las prisiones de mujeres es en realidad la “feminización” de las mujeres. Se identifica a la mujer delincuente como una mujer que emula un comportamiento masculino. Los talleres que se organizaban eran: trabajos de artesanía, lavado, planchado, cocina, confección de ropa blanca y trabajos de la casa.

Las presas sociales tenían la obligación de participar en los talleres y el trabajo en ellos les ocupaba todo el día. Por este trabajo percibían semanalmente 700 ptas., de las cuales sólo podían disponer de 300 pesetas ya que el resto se entregaba “voluntariamente a las Cruzadas Evangélicas”.
Las presas políticas estaban excluidas de los talleres, permanecían encerradas en la celda exceptuando las dos horas de patio especial para las políticas, no podían acceder libremente a la biblioteca, escuela o comedor, ni comunicarse con las presas sociales.

El trato que la mujer sufría era de auténtica represión psicológica, esto producía más violencia verbal entre las monjas y las reclusas con los expedientes disciplinarios que conllevaban.

En las comunicaciones siempre estaba presente una Cruzada y cuando creía conveniente participaba en la conversación entre la presa y el familiar.
En las comunicaciones bis a bis era obligatorio pasar por un cacheo desnudas, con la humillación que esto conllevaba.

Se permitían dos cartas semanales pero siempre censuradas por las Cruzadas.
Las lecturas las censuraba el capellán. La Vanguardia, ABC, revistas de labores y algunos programas de TV eran los únicos medios de información permitidos.
El concepto de mujer presa como persona conflictiva, histérica y emocionalmente enferma les justificaba la administración de elevadas dosis de tranquilizantes, sedantes y antidepresivos ante cualquier situación de conflicto, con nula observancia médica.

La duración del aislamiento 0 (castigos) por aplicación de medidas de seguridad, dependía de los informes que se hacían en prisión, y éstos, de que las internas asumieran los valores de las Cruzadas.

No se tiene mucha documentación de la reacción de las mujeres presas ante el movimiento reivindicativo de las cárceles de hombres por la concesión de una amnistía general. Se conoce a través de un testimonio de una presa política de la cárcel de mujeres de Yeserías que decidieron por asamblea hacer una huelga de hambre uniéndose a la petición de amnistía de todas las cárceles del estado. Duró 34 días.

Otro testimonio, a través del Correo Catalán, que publica la huelga de hambre de dos mujeres miembros del Partido Comunista de España (Internacional), de 40 y 52 días respectivamente y que la COPEL les remitieron comunicados de apoyo.

La COORDINADORA DE PRESOS EN LUCHA (COPEL) también refleja la visión de la sociedad: la lucha en las cárceles es masculina. Revisando los comunicados sacados al exterior no hablan de las cárceles de mujeres ni hay constancia de cartas entre los dos colectivos. Tampoco se encuentran comunicados de las Asociaciones de familiares de presos en lucha, que apoyaban las luchas de COPEL , denunciando la situación que vivían las mujeres en las cárceles.

Solamente en una de sus reivindicaciones ante el Director General de Instituciones Penitenciarias piden la salida de las Cruzadas Evangélicas de las cárceles de mujeres.

Esta reivindicación se consiguió con la llegada de Carlos García Valdés como Director de Instituciones Penitenciarias. Las Cruzadas Evangélicas recibieron instrucciones de eliminar la separación entre presas políticas y sociales y erradicar las sutiles formas represivas que se venían aplicando y no quisieron adaptarse a estos cambios. Ante esta situación el Director General les aceptó la dimisión el 5 de mayo de 1978 y estableció un sistema basado en la Cogestión de la cárcel hasta poder contar con un funcionariado que cambiase sus actitudes y su profesionalidad.

El 26 de septiembre de 1979 fue aprobada la Ley Orgánica General Penitenciaria que supuso en el papel una nueva política penitenciaria.

Barcelona, 2 de julio de 2001
CENTRE DE DOCUMENTACIÓ
Col.lectiu Arran – Sants

Fuentes:

Tesis doctoral “Passat i present de les presons de dones” Elisabet Almeda i Samaranch – any 1999
Yeserías, cárcel de mujeres – Cuaderno monográfico Punto y Hora – julio 1983
Diario y cartas desde la cárcel – Eva Forest año 1995
La cárcel en España en el fin del milenio – Iñaki Rivera Beiras año 1999
Última actualización el Viernes, 12 de Agosto de 2011 17:01

CENTRE DE DOCUMENTACIÓ
Col.lectiu Arran – Sants

lunes, junio 2

Desmitificación de la policía

Yelin (@JYelin_)

“Están para protegernos”, “son necesarios para que nadie se pase de la raya”, “velan por nuestra seguridad”, “sin ellos, todo sería un caos”. Estas son algunas de las frases que escucharíamos si preguntásemos sobre la policía a determinadas personas en nuestra sociedad. “No tienen la culpa, solo obedecen órdenes”, “solo hacen su trabajo”, “también, tienen una familia y tienen que mantenerla de alguna forma”, “no todos son responsables de lo que hacen algunos”. Estas otras recibiríamos también de otras tantas que intentan justificar sus actos represivos. Si nos damos cuenta, vemos que las anteriores respuestas no son más que la reproducción de la ideología dominante, la cual el proletariado ha ido asimilando: esa ideología que utilizan los cuerpos represivos del Estado para asegurar su propia existencia y funcionamiento, ayudado por los Aparatos Ideológicos del Estado como los medios masivos de información o la cultura que le dan una buena imagen de cara a la sociedad. Así por ejemplo, vemos constantemente películas o series de televisión donde se nos presenta a la policía como el bien que lucha contra el mal. Podemos plantearnos una cuestión: ¿para qué sirve la policía?

La policía, también llamadas fuerzas de seguridad o fuerzas del orden, es aquel cuerpo que se encarga de velar por la seguridad de la ciudadanía. O eso nos cuentan. Así, necesariamente tiene que existir una amenaza para que se cumpla esta afirmación. Directamente, nos lleva a pensar que esa amenaza la representan aquellas personas que cometen crímenes (robos, asesinatos…), las marginadas sociales o las inmigrantes. Sin embargo, poca gente es consciente de que la gran mayoría de estas personas son producto del sistema capitalista (o del patriarcado, en caso de la violencia machista): la existencia de la propiedad privada de los medios de producción que provoca la desigual distribución de la riqueza, y empuja a las peor situadas socialmente a cometer crímenes para su propia subsistencia; crímenes que son causados generalmente por las condiciones sociales, políticas y económicas. Por ejemplo, si una persona que durante toda su vida ha sido pobre ve cómo la sociedad trata a otra que pertenece a una familia adinerada, con admiración y respeto, no podrá evitar compararlo con su situación, que es tratada con desprecio. No será de extrañar que esta persona quiera ser como la otra, e intentará por todos los medios conseguirlo, a través del engaño y la mentira y cometiendo algún crimen de vez en cuando. Con esta función podríamos plantearnos una paradoja: si la policía está para combatir los crímenes, pero estas continúan existiendo mientras el sistema que los produce sigue vigente, ¿significa esto que no son eficaces? ¿No sería mejor buscar una alternativa y eliminar el problema de raíz? Y si se diera el hipotético (e improbable) caso de que los crímenes se erradicaran en el capitalismo, ¿para qué seguir manteniendo a la policía? Por tanto, vemos que la policía, en vez de velar por la seguridad de la ciudadanía, perpetúa los crímenes ya que vive de ellos, con la ayuda de las prisiones, que hablaremos de ellos más adelante.

La policía es aquella institución del Estado que se encarga de mantener el orden público. O eso nos dicen. Con esta afirmación, nos hacen creer que, sin policía, viviríamos en una sociedad de constantes altercados, disturbios y violencia generalizada, en definitiva, en un caos. Pero deberíamos detenernos en el concepto de “orden público”. El orden público es el estado legal en el que todas las sociedades deberían estar para su normal funcionamiento y desarrollo, y conservar así su orden social. El orden social, por su parte, es la estructura social, con sus jerarquías, normas e instituciones socialmente aceptadas. Por tanto, mantener el orden público implica mantener el orden social, ese orden social que en la actual sociedad capitalista es la propiedad privada de los medios de producción, valores como el individualismo o la competencia, o la posición privilegiada de la burguesía respecto al resto de la población, que se reproducen y se materializan en el hambre que pasa la gran mayoría de las habitantes del planeta, las guerras imperialistas, los cientos de desahucios diarios en el Estado español, la corrupción política, el desigual reparto de la riqueza, las numerosas asesinadas por violencia machista, las redadas racistas, la dura represión que provoca heridas e incluso muertas, las detenciones por motivos políticos, y así un largo etcétera. Por tanto, sí es verdad que mantienen el orden público, pero nos ocultan todo lo que conlleva mantener ese orden público que acabamos de explicar. Aun así, se puede plantear otra contradicción: si la policía está para impedir disturbios, ¿por qué en las manifestaciones sin apenas policía siempre son tranquilas, mientras que en las que hay un gran despliegue policial es más probable que se sucedan? Cualquiera que deje su inmovilismo de lado, puede comprobar que esto es cierto.

Para llevar a cabo las anteriores funciones, tienen a su disposición un arsenal de armas e instrumentos que para una persona cualquiera está prohibida su posesión. Y a partir de esto, llegamos a su principal labor: la represión mediante la fuerza. Para la clase dominante, siempre es preferible gobernar mediante la ideología, pero si esta falla, echa mano de la fuerza para seguir conservando sus privilegios. Y ahí están la policía, el Ejército o las prisiones para defender a la burguesía. No es casualidad que en tiempos de crisis económica y descontento social, la represión policial se ve aumentada. ¿No es la policía quien acalla las voces de las manifestantes con sus porras y pelotas de goma? ¿No es la policía quien tortura en comisarías a las detenidas? ¿No es la policía la encargada de ejecutar los desalojos de los centros sociales y los desahucios que dejan a numerosas familias en la calle sin alternativa habitacional? Es aquí donde se aplican esas justificaciones de acciones policiales que mencionamos al principio del texto. Justificaciones que se quedan en nada si nos paramos a analizarlas. No, no sirve la excusa de que “obedecen órdenes”, porque como se demostró el pasado 22M, la policía también muestra inconformidad respecto a mandatos manifestándose en contra de ello, y aun así, sigue ejecutando desahucios y apalizando a jóvenes, adultas e incluso ancianas, y a veces, hasta disfrutan de ello. No, tampoco vale el pretexto de que “solo hacen su trabajo” o que “tienen familia y necesitan mantenerla”. Cada persona es consciente del trabajo que realiza y responsable de las acciones que lleva a cabo, y todo el mundo pertenece a una familia. Existen muchas otras profesiones y nadie obliga a nadie ser policía. Y tampoco sirve aquello de que “no todos son responsables de lo que hacen algunos”. Si bien es cierto que hay agentes que no han participado nunca en un desahucio o agredido a nadie, sus compañeros sí, lo que los convierte en cómplices ya que no posicionarse en casos injustos implica posicionarse en contra de la víctima. ¿Alguien ha visto alguna vez a agentes policiales recriminar a un compañero suyo por agredir a otra persona?

Esta función es la que caracteriza a la policía, una institución que está formada por personas del pueblo, de la clase obrera, que a cambio de un sueldo pagado por el propio pueblo, mantiene el statu quo de la clase dominante y defiende sus privilegios. Si hay una reivindicación en contra del actual sistema, ahí está la policía para reprimir; si hay centros sociales libres y autogestionados u ocupaciones de edificios vacíos para realojar a personas sin techo, ahí está la policía para desalojarlos; si hay comentarios en redes sociales que cuestionan el sistema establecido, ahí esta la policía efectuando detenciones para amedrentar. Vemos por tanto, que la policía de por sí es un aparato represor.

Bien es cierto que hay otras funciones que desempeña la policía que nada se les puede achacar. Es el caso de la intervención en desastres naturales o en accidentes, o la regulación del tráfico que ejercen las agentes de movilidad. Sin embargo, estas funciones no son inherentes al cuerpo policial, algo que solamente ellas puedan hacer. En el primer caso, hay otros órganos como los bomberos o los servicios sanitarios que intervienen en dichos sucesos, además de numerosas voluntarias entre la población que ponen en práctica su solidaridad con las víctimas y afectadas, haciendo que la labor policial no sume ni reste, y por tanto, sea innecesaria su presencia. En el segundo caso, su actividad puede ser reemplazada perfectamente por personas que tengan la voluntad y deseen ejercer dicho cargo, recibiendo anteriormente un curso de formación: no es necesario que sea la policía quien regule el tráfico.

Tras visibilizar estas funciones y actuaciones policiales, no es de extrañar que personas defensoras de esta institución vuelvan a reproducir la ideología dominante. “Tienes demasiado odio”, “normal que hagan lo que hagan si la gente va provocando”, si tanto odias a la policía, no denuncies cuando te roben”. Éstas suelen ser las frases más repetidas. Hay que tener claro que el odio a la policía no es gratuito, sino consecuencia de todas sus agresiones, manipulaciones, criminalizaciones, etc. Tampoco es malo, ya que su violencia es institucional y amparada por el Estado y las leyes capitalistas, así como tampoco es malo odiar al hombre que acosa y agrede mujeres o al blanco que discrimina por motivos étnicos: odiar a quien oprime no es malo. La supuesta provocación tampoco es excusa para justificar sus actuaciones, ya que los insultos, amenazas y desprecio hacia la policía es consecuencia de la rabia producida por la violencia institucional del sistema y el Estado (paro, recortes, desahucios, agresiones policiales…). Además, están perfectamente preparados para soportar este tipo de situaciones. Por otro lado, ya hemos mencionado que también desempeñan otras funciones no represivas: es el caso de las denuncias. Hay que tener en cuenta que estas funciones sirven como lavado de cara, para mejorar su imagen y reforzar esa idea que nos transmiten de que la policía es la defensora del pueblo. Si nos dicen que velan la seguridad de la ciudadanía y combaten los crímenes, necesariamente van a tener que ofrecer a las víctimas esa posibilidad de denunciar para que sea creíble. Las denuncias, por su parte, existen porque hay crímenes, la mayoría de los cuales son, como hemos explicado anteriormente, causados por la desigualdad social provocada por la propiedad privada, es decir, mientras esta propiedad siga existiendo, seguirá habiendo crímenes y, por tanto, denuncias. Sin embargo, ya hemos mencionado que no se odia a la policía por estas funciones que tienen como fin dar una buena imagen, sino por su actividad represiva y defensora de los intereses de la clase dominante, y por tanto, no existe esa supuesta hipocresía en la persona que odia a la policía y decide presentar una denuncia.

Mención aparte merece la policía en otros tipos de sociedad distintas al capitalismo actual, como es el socialismo de Estado (o capitalismo de Estado) de la antigua URSS, y veremos que su función tampoco se aleja mucho. Según la teoría de Lenin (Marx nunca se refirió a la dictadura del proletariado como un Estado obrero, y el propio Engels se la atribuía a la Comuna de París), el proletariado organizado en la vanguardia, el Partido Comunista, dirigirá la revolución social que “destruirá” el Estado burgués y “construirá” un “Estado proletario” con el que ejercerá la “dictadura del proletariado” necesaria para alcanzar la sociedad sin clases, el comunismo. En esta etapa previa, los medios de producción pasarán a ser propiedad del Estado, que organizará la nueva sociedad y que en teoría se irá extinguiéndose gradualmente hasta su completa desaparición. Sin embargo, la heterogeneidad de la clase proletaria, con sus divisiones de intereses entre unas capas y otras, nos lleva a pensar que las categorías obreras mejor desarrolladas y organizadas formarán parte de esa vanguardia y serán quienes se apropien del Estado, y que podrían constituir la futura clase dominante. Por otra parte, es obvio que las revoluciones son periodos de desorden generalizado y que es necesario establecer un orden para que la vida sea posible; será el Estado quien establezca ese orden que, sin embargo, es ficticio e impuesto desde arriba (frente al orden surgido por la iniciativa popular que proponemos las anarquistas), y por tanto, no se adecuará a las necesidades del pueblo. Al ser un orden impuesto, se necesitará algún órgano para su mantenimiento: cuál mejor que la policía, que además, defenderá los intereses de la burocracia dominante. La represión seguirá siendo su función principal, y entre sus víctimas se encontrarán, aparte de burgueses, marxistas no leninistas, anarquistas y todas aquellas personas consideradas por el Estado “enemigos de la revolución”. La gran represión desatada por el asesinato de Sergéi Kirov, donde se eliminaron hasta a integrantes del Partido Comunista como Kámenev o Zinóviev (que se enfrentaron contra Stalin por el control del Partido), con especial protagonismo de la NKVD; o la campaña de arrestos llevada a cabo por la Cheka tras la fracasada insurrección de los marinos de Kronstadt en 1921, son ejemplos de la actividad represiva de la policía en un sistema distinto del capitalismo actual.

Por último, cabe destacar que también existe una estrecha relación entre la policía, las leyes y las prisiones. El sistema capitalista necesita un gobierno que cree unas leyes que legalicen la explotación del proletariado por parte de la burguesía y su apropiación de lo producido por la clase trabajadora, y que les proteja de cualquier amenaza que pongan en peligro sus privilegios. Leyes que vamos interiorizando desde pequeñas relacionándolo con la justicia, a través de la educación que recibimos y los valores morales que nos van transmitiendo. Un ejemplo de estas leyes puede ser la inviolabilidad de la propiedad privada. Ahora bien, si alguien se da cuenta de que no siempre las leyes son justas, que existen leyes injustas, y se las salta o simplemente protesta contra ellas, aparece en escena la policía para reprimir y realizar algunas detenciones. Esas personas detenidas tendrán que pasar por un juicio, donde se decidirá si es culpable o no de lo que se les acusa. Esta decisión se hará en base a las leyes capitalistas, esas que defienden los privilegios de la clase dominante, y si finalmente la acusada es declarada culpable, se recurrirá al castigo, ya sea económicamente o con el ingreso en prisión. Nos podemos preguntar cuáles son los objetivos de las cárceles. Las prisiones son instalaciones en los cuales se pretende aislar a los individuos peligrosos de la sociedad y reeducarlos para su posterior reinserción. O una vez más, eso nos dicen. El hecho de aislar a una persona con el objetivo de su reinserción social resulta paradójico. El aislamiento a un ser humano es una forma de maltrato psicológico, que favorece el desarrollo de trastornos mentales y que provoca la supresión de sus derechos y libertades. Si tenemos en cuenta también las torturas y los maltratos físicos a las que se ven sometidas muchas presas casi diariamente, deducimos que las cárceles son centros en los que no hay ninguna disposición de reeducar a las presas, sino que más bien las anulan como personas y, por tanto, nos daremos cuenta de que las prisiones, en realidad, dificultan esa reinserción social que en teoría se pretende. Además, la existencia de estas instalaciones disuaden al pueblo de cometer actos contrarios a la ley, intentando asegurar así una población obediente y sumisa. ¿Cuántas veces nos habrán dicho “no hagas tal cosa que si no te meterán en la cárcel”? También se encarcelan a las personas por motivos políticos, gente que se muestra contrario al sistema político y económico, acallándolas y evitando que se extienda una posible oposición. Podemos concluir lo siguiente: el capitalismo necesita crímenes que él mismo produce para mantenerse, y que son perpetuados por la policía y el sistema penitenciario. Así, vemos que es imposible erradicar el crimen dentro de la sociedad capitalista. Alternativas hay, que pasan por el cambio de sistema económico, la socialización y autogestión de los medios de producción, y la práctica de valores como el apoyo mutuo que sí permitirían a aquellas personas que comentan actos antisociales (que quedarían reducidas a las que tienen alguna enfermedad mental que anulan parcial o totalmente su capacidad de decisión) ser reeducadas y reinsertadas en la sociedad.

No podemos terminar el artículo sin mencionar a Miguel e Isma, dos jóvenes en prisión provisional sin juicio ni pruebas desde el pasado 22M acusados de cometer distintos delitos en las cargas policiales de aquel día; a Noelia Cotelo, presa anarquista que ingresó hace 5 años en prisión por motivos no políticos con una condena de dos años y medio, que ha sufrido humillaciones, vejaciones y violaciones por parte de los carceleros, y que por no mantenerse callada ante los abusos le han caído otras nuevas condenas que han ampliado su estancia; a las prisioneras de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) cuyo único delito es proceder de un país distinto y no tener papeles; a las asesinadas por la policía mientras estaban detenidas como el caso de Yassir El Younoussi el pasado 31 de julio de 2013 en la comisaría de Tarragona; a todas las presas políticas y presas comunes que ahora mismo están sufriendo la brutalidad del sistema penitenciario; a todas las desahuciadas por esos policías del “solo estoy cumpliendo órdenes”; a todas las que han resultado heridas, o simplemente golpeadas, a causa de la brutalidad policial mientras defendían derechos básicos de las personas o protestaban por mejores condiciones de vida; a todas aquellas que han resultado víctimas de manipulaciones y engaños policiales que tenían como objetivo amedrentar y limitar su actividad política; a todas esas personas que diariamente son identificadas por la policía solamente por tener una tonalidad de piel más oscura; a todas esas periodistas independientes agredidas en manifestaciones solo por querer mostrar una realidad distinta a la que nos tienen acostumbradas los medios de comunicación que solo informan acorde a los intereses de sus dueños; a las personas que tratan de cruzar la frontera de Melilla escapando de la miseria de sus países de origen saqueados por las potencias capitalistas y son brutalmente rechazadas por la Policía Nacional o la Guardia Civil, llevándose como recuerdo profundas y desgarrantes heridas causadas por las cuchillas de la valla; a Patricia Heras, que se suicidó después de ser acusada, junto con otras personas, sin pruebas y después de manipulaciones el 4 de febrero de 2006 de haber dejado en coma a un policía de una pedrada que nunca existió; a esas personas a las que la policía ha dejado daños irreversibles como el ojo perdido de Esther Quintana, la visión perdida de un chaval y el testículo reventado de otro el 22M, o el asesinato de Íñigo Cabacas después de un partido de fútbol; y un largo etcétera. Ejemplos hay muchos, y en la inmensa mayoría de los casos vemos cómo la policía actúa con total impunidad. Queda claro cuáles son las funciones de la policía, a quiénes protegen y sirven, y que son responsables de lo que hacen en todo momento. Concluimos por tanto que la policía es innecesaria para la población, pero imprescindible para una élite dominante en el mantenimiento de sus privilegios.