Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, junio 30

Welcome to the machine


¿Cómo os han inoculado la obediencia?
¿Quién os ha convencido?
¿En qué momento el mundo
-lugar siempre incompleto, inmarcesible-
se os hizo necesario y concluido?
¿Cuándo los sacerdotes,
psicólogos, ministros, publicistas,
lograron que encontraseis su basura
veraz y apetecible, deliciosa?
¿Cómo es que continuas
esperando tu turno, con modales
perfectamente pulcros,
y enrojeces de placer y de alegría
cuando al fin te han concedido
avanzar una casilla?
¿Pero es que no te queda
ni un gramo de ti mismo, amigo mío?

 
Cristóbal Pérez. En: Voces del Extremo. Madrid, 2014. Poesía y Desobediencia. Ed. Amargord, 2014.

sábado, junio 27

Sobre la inviabilidad técnica del capitalismo

Sobre la inviabilidad técnica del capitalismo, segunda colaboración de Jorge del Arco en esta revista. El cenit de la producción de petróleo anuncia la inviabilidad del capitalismo, pero no supone su fin. El capitalismo no caerá por su propio peso sino que derivará en modos de explotación nuevos. No cabe sentarse y esperar a la crisis final, la que despierte al proletariado de su letargo, ni tampoco una reacción altruista de los privilegiados, dispuestos a dejarse convencer con propuestas nacidas en el campo de la ciencia. No hay ciencia que sea neutral, ni poder que preste oídos a los vendedores de reformas. No confiarlo todo a factores objetivos, ni delegar en otros la tarea de liberarnos; no precipitarse en un activismo irreflexivo, ni tampoco rehuir el enfrentamiento: Simplemente analizar los hechos desde una perspectiva revolucionaria. 
                                                            Publicado en Argelaga nº5.


Parece ya imposible negar, salvo desde la más absoluta mezquindad, que asistimos al cenit de la producción mundial de petróleo. De hecho, la Agencia Internacional para la Energía (IEA), organismo nada sospechoso por su perspectiva revolucionaria, reconoció en 2010 que la máxima producción de petróleo crudo probablemente se produjo en el 2006 [1]. Esto plantea un límite externo, físico e insalvable al crecimiento económico y, por consiguiente, al capitalismo. La imposibilidad de producir petróleo implica no tener acceso a energía que consumir, lo que en última instancia no es sino trabajo que desarrollan las fuerzas productivas y, por tanto, crecimiento. Este límite externo [2] implica, en teoría, la inviabilidad del capitalismo, al menos tal y como lo conocemos. Es algo que parece que los círculos de expertos y científicos empiezan a aceptar casi de forma unánime, aunque evidentemente ello no suscite las mismas respuestas en todos. También es el motivo por el cual nos llevan bombardeando desde hace años con nuevas soluciones energéticas milagrosas –por cuanto según fracasa una aparece otra que la sustituye y mantiene el nivel de optimismo (fingido o no)– para paliar la falta de petróleo y apremiándonos en la necesidad de que reduzcamos nuestro consumo de energía, aún cuando el consumo industrial de energía es cuatro veces mayor que el doméstico (en un amplio sentido del término). El problema del consumo energético no es la electricidad que consumimos, es la energía que necesita este modelo de producción. Lo cual no quita que dicho modelo no constituya tanto una forma de vida como de relaciones sociales –es decir, el problema no es meramente productivo– y que una forma de vida y unas relaciones sociales diferentes no impliquen una reducción necesaria de nuestra dependencia energética.

Sin embargo, esto no deja de ser una enunciación técnica acerca la inviabilidad del modelo de producción con el que vivimos. Inviabilidad que de por sí no presupone que el capitalismo tenga los días contados –y con capitalismo me refiero a sus formas sociales: sociedad de clases, trabajo asalariado, explotación, dominación, etc.–. Que la escasez de petróleo va a conllevar cambios de difícil predicción a nivel mundial, cuando no los está provocando ya, es innegable. Pero qué cambios o qué capacidad de incidencia tengamos sobre esos cambios, y por tanto sobre sus consecuencias, es lo que debería preocuparnos a los revolucionarios y a cualquiera que desee acabar con la sociedad capitalista.

El final del capitalismo, si es que es a eso a lo que estamos asistiendo, no tiene por qué significar algo bueno si no implica el fin de la explotación y la dominación, es decir, la abolición de la sociedad de clases. He aquí una hipótesis catastrofista: ¿Sería posible que los capitalistas se aprovecharan de los millones de personas expulsadas del trabajo asalariado, que el sistema de producción no puede absorber, para paliar en parte el déficit de energía? Es evidente que no estaríamos hablando del mismo rendimiento que aportan el petróleo y el resto de combustibles fósiles a punto de agotarse, pero por qué no suponer una situación en la que un férreo control social y económico, que limite la competencia salvaje, mantengan intactas la propiedad privada y el trabajo asalariado. La competencia voraz es el alma del capitalismo, pero hay otras formas sociales de explotación y dominio. Por lo tanto, lo importante no es el cambio en sí, sino hacia dónde se dirige.

Pongo sobre la mesa esta cuestión para criticar la postura que se adopta desde ciertos ámbitos científicos al reducir el asunto de la crisis energética –realidad que por supuesto nadie niega– meramente a un problema ambiental, planteando la cuestión sólo como la inviabilidad técnica del capitalismo. No entrar en el conflicto social implica buscar, ante un problema técnico, una solución técnica. Para los que nos vemos forzados a ser explotados, el cambio no puede pasar por encontrar una solución a la cuestión del abastecimiento de la energía para la sociedad hiperindustrializada, sino en acabar con esa explotación que, entre otras cosas, cada vez se vuelve más incompatible con la propia vida. Si olvidamos la dimensión social del capitalismo y nos quedamos sólo con la destrucción medioambiental que genera, estaremos condenándonos.

La neutralidad de la que suelen hacer gala los científicos, como prueba de la validez o la veracidad de sus teorías, no solo no existe sino que supone un modo concreto de imaginarse lo social y lo político. Más bien, supone una determinada forma de enfrentarse a la realidad, como si esta poseyera una racionalidad inherente y no fuera una construcción de la propia humanidad. Cómo plantees la información, y por consiguiente cómo se reciba, condiciona la capacidad de respuesta y lo que se pueda hacer con ella. Saber que las soluciones que se proponen desde el Poder no son viables puede ser útil para aquellos que todavía se dejan deslumbrar por la ilusión del progreso, o para aquellos que aún confían en el sentido común de las instituciones de este sistema, pero renunciar a un posicionamiento político frente a los problemas sociales es renunciar a la perspectiva revolucionaria y por lo tanto situarse, conscientemente o no, en la contrarrevolución –entendida como aquellas dinámicas que el sistema, y las personas que lo componen, ponen en marcha para evitar su desmantelamiento.

Los caminos de la contrarrevolución son inescrutables. En cada paso que demos hacia lo que pueda ser una sociedad más libre y justa, habremos de enfrentarnos a quienes no desean perder los privilegios de los que gozan en el orden social actual. Esto quiere decir que no existen recetas y debemos tener siempre claro hacia dónde queremos caminar.

Algunos pensamos que, a estas alturas, hay cosas que no debería hacer falta volver a repetir. Sin embargo, a la luz de las circunstancias, las diremos las veces que sea necesario. Que avancemos o no hacia dónde queremos ir dependerá del camino que tomemos: no se puede combatir la alienación con medios alienados. La única manera de que los explotados dejemos de serlo es que nosotros mismos entendamos esa explotación y luchemos contra ella. Si el actual modo de producción y el sistema social en el que se desarrolla están destruyendo la propia vida y amenazan con llevarse por delante todo lo que los limita, la única forma de evitarlo es luchar contra ellos.

La hegemonía del pensamiento que generan las soflamas capitalistas al interpretar la realidad es un arma poderosa y se infiltra en nuestras propias formas de entender el mundo y enfrentarnos a él. El propio conocimiento –cómo se produce y cómo se reproduce– establece una praxis concreta y una forma de pensar la realidad, al mismo tiempo que genera los límites de nuestra capacidad de hacerlo. Ante la inminente fatalidad del declive, o estancamiento, de la capacidad de producción y consumo de energía, se disparan las alarmas y emergen los discursos que pretenden generar un cambio de conciencia y de hábitos para frenar el desastre. Ahora bien, es relativamente sencillo que esos razonamientos terminen por enviar el mensaje, sea de forma consciente o no, de que todos debemos poner de nuestra parte en la noble tarea de poner límites a la destrucción que genera el sistema capitalista. No entraremos a discutir aquí los argumentos de aquellos que en realidad no quieren destruir el capitalismo, sino limitar su capacidad destructiva o armonizarla con los límites físicos del planeta. Sus objetivos no son los nuestros. Sin embargo, la misma idea de que estamos en el mismo barco, que se hunde y que, por tanto, todos tenemos la responsabilidad de evitarlo, también se cuela entre aquellos que comparten la voluntad de acabar con este sistema de dominio y explotación, entre aquellos que entienden que se trata de un sistema asesino e injusto. He aquí dónde radica el peligro de planteamientos que renuncian al aprendizaje de su propio pasado, a la teoría revolucionaria acumulada durante años de luchas y derrotas. De hecho, unido al discurso catastrofista, y formando parte imprescindible de él, casi siempre nos encontramos con el apremio del ahora o nunca, con el dramatismo de un problema ante el cual si no reaccionamos inmediatamente, si no tomamos los atajos que sean necesarios, seremos irremisiblemente destruidos. En este planteamiento, siempre subyace la idea de la necesidad imperante de dejar de lado todo lo que en apariencia nos impide actuar ahora, que no por casualidad suelen ser aquellos aprendizajes acumulados que avisan del peligro de anacronismos tales como el colaboracionismo de clases. El inmediatismo suele ser el pretexto con el cual se insta a actuar sin tener en cuenta la consecuencia última, ni analizar las verdaderas implicaciones de nuestras acciones.

Decir esto no es rechazar la necesidad urgente de actuar desde una posición privilegiada u obviar las posibles consecuencias de la falta de abastecimiento energético, lo que pueden acarrear y lo que ya están suponiendo. Todo lo contrario, precisamente porque seremos nosotros, los explotados, los que más suframos esa escasez, debemos afrontarla como un problema de primer orden. Sin embargo, caer en la ilusión de que el camino más rápido es el más seguro, es igual de peligroso. Pretender que ante la urgencia de hacer algo es necesario recurrir a cualquier medio, en realidad nos aleja del fin que perseguimos.

Desde las instancias científicas y expertas, incluso aquellas con un discurso crítico real, en ocasiones se pretende conseguir convencer a quienes ocupan puestos de responsabilidad política o económica de que es necesario un cambio de rumbo. Se utilizan argumentos lógicos para demostrar la necesidad de anteponer los intereses generales, no tanto los comunes, a los particulares, pero el capitalismo se basa en la competencia y el individualismo y no puede responder a otro interés que el beneficio propio. Apelando a esa inviabilidad técnica, y dejando de lado conscientemente las implicaciones sociales para no parecer radicales, se piensa que la lógica se impondrá frente a los intereses económicos. Sin embargo, se olvidan de varios hechos que deben ser señalados.

En primer lugar, el capitalismo no es racional. Que la mayoría de personas vivan vidas de miseria, rodeados de la más absoluta opulencia material, esclavizados por un trabajo asalariado, cuando se derrochan recursos y bienes, no tiene sentido más que para quienes viven del fruto de ese trabajo. Apelar a su conciencia es ante todo ingenuo. Entre otras cosas porque esas personas, que supuestamente ocupan cargos de responsabilidad, en realidad no tienen más capacidad de acción que nosotros y se deben a la lógica de la mercancía que, desde luego, nunca deja de ir en su beneficio. La esfera de la economía capitalista cada vez se autonomiza más del ámbito político. En su carrera desaforada, sigue sus propias reglas, la obtención del máximo beneficio, y no se detiene. Ni los ejecutivos ni la clase política van a salvarnos del desastre al que nos conduce este modelo de civilización. No quieren, pero, además, no pueden, ya que ello implicaría renunciar a su propia existencia y ninguna clase dominante se ha suicidado jamás.

No obstante, lo peor de esta perspectiva de promover el cambio desde los organismos del poder capitalista no es su ingenuidad, sino los peligros que conlleva. Nos alejan de la posibilidad de tomar las riendas de nuestras vidas y acabar, de una vez por todas, con la economía política. Significa reproducir otro aspecto más de la desposesión, impedirnos eliminar la separación entre lo político y lo social para poder entenderlo como un todo en el cual vivimos y nos desarrollamos, y no sólo como un terreno de juego en el que sobrevivir con unas reglas impuestas que nos impiden jugar.

Confiar en quienes se benefician de este modelo social para que eviten el desastre es la antesala de la derrota. La única forma de evitar el colapso es la que siempre ha estado ahí: construir una nueva sociedad sobre las ruinas de la vieja. Y no es sólo que no queramos que esa nueva sociedad la dibujen y la construyan los que ya nos explotan en esta, por razones obvias, sino que vamos a tener que enfrentarnos a ellos para poder levantar nuevas formas sociales.

En ocasiones, los expertos que pretenden ser críticos se escudan en que su labor es ofrecer la información de forma objetiva. Sin embargo, cabe decir que, al igual que el conocimiento, esta nunca es neutra. Confundir la necesidad de aportar datos de forma seria y honesta, y escudarse tras esa pretensión para justificar la falta de compromiso político, no es ser objetivo. Se argumentará que los hechos deben ser presentados como son, sin valoración. Sin embargo la ausencia de “determinada” valoración, como es analizar los hechos desde una perspectiva revolucionaria o utilizando herramientas de la crítica de la economía política, no es una muestra de neutralidad, sino de derrota ideológica, y esa es una batalla que también hay que ganar. Limitarse a plantear la inviabilidad técnica del capitalismo en términos científicos –y a lo sumo alguna alternativa técnica también que implique quizá un cambio de paradigma, pero que desde luego no cuestione ni la propiedad privada, ni el trabajo– y replicar que no se quiere ser profeta del cambio social no es un acto coherente de objetivismo: o es ingenuidad o es falta de compromiso. La tan cacareada imparcialidad del pensamiento científico, que igual justifica no posicionarse frente al problema energético que fabricar bombas, lleva aparejada automáticamente una renuncia a la crítica real

Queda claro que el argumento de tener que ser aceptado por los de arriba es ingenuo y peligroso por cuanto niega nuestra propia capacidad de actuar y no me refiero a actuar individualmente reduciendo mi consumo, reciclando o comprando productos ecológicos, sino a actuar colectivamente en el cambio efectivo de las relaciones sociales que reproducimos. Lo que me preocupa ahora es la creencia de que la forma en la cual exponemos la información no condiciona la respuesta ante dicha información, o lo que podamos hacer con ella. Tal y como se construye y se adquiere el conocimiento, la complejidad técnica de la ciencia también anula nuestra capacidad de acción. Esto no significa que haya que simplificar el discurso o ser menos rigurosos –desde luego también es nuestra responsabilidad formarnos en las cosas que no comprendemos y en las que queremos poder tomar decisiones–, sino que este no debe conducirnos a una posición de impotencia. No se pueden desligar los argumentos de sus implicaciones en la lucha, de ello depende qué cambio de modelo se imponga: uno que nos libere o uno que nos esclavice todavía más. Exponer la información sin tener en cuenta lo que podemos hacer con ella solo sirve para profundizar en la incapacidad y el delegacionismo.

Obviamente, conocer la coyuntura capitalista para actuar es imprescindible. Conocer implica poder hacer un análisis serio y reflexionar sobre la mejor manera de llevar a cabo una práctica revolucionaria. Sin embargo, para poder articular esa práctica de manera efectiva, y que esta nos conduzca a construir una sociedad mejor, no podemos renunciar a nuestras propias herramientas de análisis. En el estado de desarrollo actual, parece ser que el capitalismo ya no es reformable, al menos no para seguir con su avance arrollador. Aparentemente nos hemos topado con un poderoso límite externo, como es la incapacidad de producir la energía necesaria para mantener el ritmo de crecimiento. Incluso hay perspectivas teóricas que también abordan el problema del reformismo interno del capitalismo, en tanto que la competencia por aumentar la tasa de ganancia hace imposible seguir proponiendo mejoras para los trabajadores, al contrario, es necesario destruir las que fueron obtenidas a través de diferentes luchas durante el siglo XX. Como ya he dicho al principio, esto en sí mismo no es ni bueno ni malo. El capitalismo no se va acabar por sí solo, al menos no en sus aspectos de explotación y dominio. La importancia de la imposibilidad de reformarlo solo es relevante si nos conduce a dejar de buscar soluciones a sus contradicciones dentro del propio sistema. Ahora bien, el peligro de esta conclusión es doble. Por un lado, creer que puesto que ya no hay posibilidad de reformas, automáticamente las masas de proletarios del mundo se levantarán, más temprano que tarde, en una insurrección generalizada, y nosotros solo debemos sentarnos a esperar a que eso ocurra. Por el otro, que dado que el desastre es inminente y de magnitudes planetarias, es decir, que afecta a la civilización capitalista en su conjunto, la única forma de evitarlo es asumir la responsabilidad conjunta de detener el colapso. Ambas son preocupantes, pero la segunda es la que quiero criticar aquí por cuanto afecta a ese discurso crítico cientifista y «neutro». Ese argumento conduce a la misma idea que llevamos años escuchando con respecto a los problemas medioambientales del modelo industrial: todos estamos en el mismo barco. Sí, es cierto, pero unos manejamos los remos y otros llevan el timón. Así que de lo que se trata no es de remar más duro, sino de arrebatarles ese timón. Rechazar el conflicto no es una actitud responsable frente a la gravedad de la situación, es lo que interesa a quien no pretende cuestionar el orden social, sino únicamente resolver sus límites técnicos.

Renunciar a un posicionamiento radicalmente antagonista no sólo conduce a la parálisis, también conlleva una pérdida mayor, y más grave, de autonomía. Refuerza el delegacionismo como arma para que otros sigan tomando las decisiones por nosotros. No tiene sentido cuestionar o criticar las decisiones que tomen, sin cuestionarnos por qué tienen que ser ellos quienes las tomen y, sobre todo, en qué nos benefician. Entre otras cosas, el posicionamiento anticapitalista implica tomar conciencia plena de en qué lado se está y obrar en consecuencia. Quien se queda en el cómodo palco de la ciencia, alegando que no se tiene otra función que la de informar y que deben ser otros quienes usen esa información para promover los cambios, no deja de estar eligiendo un lugar: el del experto analítico del conflicto social, o ambiental, desde fuera, lo que en definitiva es estar contra. No hablo de la confrontación absolutista de “estás conmigo o estás contra mí”, sino de las consecuencias del inmobilismo. No actuar, comprometiéndose de forma directa y sólo exponer una información que otros tendrán que usar –lo cual de por sí ya reproduce divisiones y jerarquías a la hora de afrontar el problema–, es lo mismo que colaborar con que el cambio no se produzca, o lo haga según unos intereses concretos.

Nunca ha sido más evidente la necesidad de romper con esa lógica de que la ciencia y el conocimiento científico están por encima de las connotaciones sociales de su desarrollo. Los hechos objetivos que estudia la ciencia no están exentos de un contexto histórico y social. Si realmente se pretende que la ciencia pueda ser un instrumento de transformación y no una herramienta al servicio capitalista, ha de bajarse del pedestal de la neutralidad y el objetivismo y comprometerse con las implicaciones de sus planteamientos y su aplicación práctica. De lo contrario, seguirá siendo un instrumento de legitimación del capitalismo, aún cuando sea por no actuar contra él.

Comprometerse con el cambio, significa hacerlo con todas las consecuencias, incluidas las de una práctica política que, bajo el título de experto, pretende proponer una visión de la realidad tecnocrática. El capitalismo es fundamentalmente un modelo social, no solo económico. Entender esto tiene unos efectos muy concretos a la hora de llevar a cabo una crítica que permita ir más allá y no quedarse solo en la enunciación estéril de sus nocividades. Llevarnos las manos a la cabeza o predecir futuros pseudoapocalípticos –y, una vez más, no porque no sean posibles– recuerda demasiado a los lamentos cristianos acerca de la pobreza y el hambre en el mundo, sin dedicar una sola de las reflexiones a por qué ocurre lo que ocurre y, por tanto, qué debemos hacer para cambiarlo. Lo que debe preocupar a quien pretenda acabar con este modelo son las implicaciones sociales y políticas del fin de la producción de combustibles fósiles, no sólo en términos de la inviabilidad capitalista, sino de las posibilidades físicas –y energéticas– de una sociedad libre.



[1] http://crashoil.blogspot.com.es/2010/11/la-agencia-internacional-de-la-energia.html

[2] Sobre los límites internos, que no abordaré en este artículo por cuestiones tanto de espacio como de concreción, considero interesante el trabajo de Robert Kurz, Roswitha Scholtz y el resto del grupo en torno a las revistas Krisis y Exit!.

miércoles, junio 24

Manifiesto contra el trabajo

"¡El que no trabaje, no come! Esta cínica fórmula todavía es válida, y hoy en día incluso más, porque se vuelve irremisiblemente obsoleta. Es absurdo: la sociedad nunca ha sido tan sociedad del trabajo como en un momento en que el trabajo se está haciendo innecesario. Es precisamente en el momento de su muerte cuando el trabajo se revela como un poder totalitario que no admite otro dios a su lado. Determina el pensar y el actuar hasta en los poros de la cotidianidad y la psique. No se ahorran esfuerzos para prolongar artificialmente la vida del ídolo trabajo. El grito paranoico de «empleo» justifica que se fuerce incluso la destrucción, hace tiempo conocida, de los fundamentos de la naturaleza. Cuando se abre la perspectiva de un par de miserables «puestos de trabajo», se permite dejar de lado acríticamente los últimos obstáculos a la comercialización total de todas las relaciones sociales. Y se ha convertido en un acto de fe comúnmente exigido la idea de que es mejor tener «cualquier» trabajo que ninguno".

Descargar el manifiesto completo [PDF]



domingo, junio 21

Maldita democracia

La delegación en las decisiones que afectan a nuestras vidas es el canto de sirena con el que el Estado intenta constantemente aplacar la lucha de los oprimidos. Mediante los mass media, el sistema de enseñanza y demás medios de los que dispone este sistema para la formación de pensamiento, el Estado nos inculca la ideología que lo sostiene como el sentido común, lo neutro, lo razonable, como la misma realidad objetiva. Así, nos enseñan que necesitamos a toda una gama de expertos que decidan por nosotros teniendo supuestamente en cuenta exclusivamente nuestro bienestar como criterio objetivo. El padre, el profesor, el trabajador social, el psicólogo, el político, el delegado sindical, todos se arrogan una sabiduría objetiva y unas capacidades de las que el resto supuestamente carecemos. Esta sabiduría objetiva es la que nos es presentada como indiscutible y en base a ella cedemos llegando al absurdo de reconocer que la gestión de asuntos colectivos es una técnica reservada a unos dirigentes.

Esto responde a la lógica de un sistema que ha inutilizado las herramientas clásicas de la clase obrera en pro de un juego dialéctico carente de contenido como es la política actual. La democracia, nos dicen, es debate, es no violencia y respeto a las diferentes opiniones, es ese sistema que casi ha alcanzado la perfección por reflejar siempre lo que quiere el pueblo. Lejos de ser así, los debates son abstracciones vacías y este constructo teórico tiene la función de encubrir lo que realmente es la democracia: una forma más de ejercer poder sobre nosotros. Un poder que de primero nos intenta convertir por todos los medios en ciudadanos que reproduzcan sus valores pero que tampoco dudará en ejercer la represión violenta y directa contra aquellos que no han sido bien adoctrinados. Vivimos, en definitiva, en un totalitarismo que en vez de ir de frente utiliza palabras como "democracia" o "pueblo" como subterfugio, como bonito envoltorio para que traguemos mejor su sistema de dominación.

Reproducir sus valores incluye aceptar que no sabemos bien lo que nos conviene, que otros lo sabrán mejor y lo defenderán mejor. Cedemos así nuestra autodeterminación, no pudiendo existir así ningún sistema horizontal e igualitario por vernos relegados a una eterna minoría de edad. Nuestros dirigentes serán los que hablen y decidan por nosotros porque saben jugar a ese juego dialéctico vacío en el que nuestras vidas son reducidas a números y letras.

Cualquier contacto con la realidad ha sido proscrito en pro de ser democráticos y civilizados, llegando al absurdo de condenar a quien roba porque se muere de hambre. El ciudadanismo que atraviesa diferentes movimientos sociales como el 15M no es más que la asunción de esta mentalidad democrática que sólo nos lleva a reproducir estructuras de poder: la victoria de un sistema autoritario que ha conseguido neutralizar en gran medida la protesta social.

Los anarquistas, por contra, siempre hemos defendido que no existe el buen dirigente, que aquel que pretenda decidir por nosotros siempre nos estará arrebatando nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos siendo nosotros, los que sufrimos el problema, los que mejor sabremos cómo ponerle solución. Sabemos como oprimidos que lo que queremos es acabar con cualquier forma de opresión y tenemos las herramientas para conseguirlo en la acción directa, la insurreción, la revuelta, la huelga salvaje y finalmente en la revolución social que nos traerá un mundo nuevo. Por ello, siempre hemos optado por organizarnos de manera horizontal e intentando alcanzar el consenso, siendo el único modo en el que se tiene en cuenta la opinión de cada uno de nosotros en la organización de las formas de lucha y de la futura sociedad, el comunismo libertario. Arranquemos nuestra vida al Estado y el Capital y a las diferentes formas que reproducen sus sistema de valores y empecemos a vivirla.
 
 
Revista de pensamiento y crítica anarquista Adarga
Fuente: http://www.adargainfo.com/adarga/2013-12-04-14-08-29/por-secciones/encarte/96-encarte-maldilta-democracia

jueves, junio 18

4 poemas de "Mañana sin amo" de Juako Escaso


“El turismo es la libertad de los empleados para llevar el capital de un mercado a otro, la polinización del dinero”

                           Del poemario Mañana sin amo, de Juako Escaso



¿Y si llega un día en que un Mosso
d'Esquadra pierda un ojo por disparos
de los manifestantes?

Entonces quizá podamos sentarnos
y definir la violencia.



***



¿Quién será la primera en rebelarse
contra quienes al amparo de la ley impunemente
violentan, agreden y torturan?

¿Cuántas la seguirán tras comprender
que es el único camino?

¿Y qué cifra será necesaria
para reconocer en ello la normalidad
y no una desviación o directamente
un acto de terrorismo?



***



La crisis no será el final
de esta tragedia

por eso urge hallar
nuevos senderos:

el capitalismo reserva
horrores aún no imaginados

horizontes de dolor
por explorar



***



La diferencia entre el treinta y seis
y esto es grosso modo:

la extinción de las ideas
la lobotomía consumista
y la firme voluntad
de esposarnos al grillete
del mercado global

En estas condiciones la guerra
-piensa satisfecha
la cúpula capitalista- resulta
(por ahora) innecesaria



                     Juako Escaso. Mañana sin amo. Ed. La oveja roja, 2013

lunes, junio 15

Revista Libres y Salvajes nº 3

Lxs compañerxs de Libres y Salvajes, publicación eco-anarquista y antidesarrollista, enviaron el 3º número de su revista, que un año más, acerca sus contenidos a la lucha contra los desarrollos técnicos y la ordenación y devastación del territorio.

A continuación, añado el texto editorial recibido junto al índice de contenidos que ofrece este nuevo volumen y los enlaces para su descarga:


Un año más, y ya van tres sale a la calle la revista Libres y Salvajes. Editada por MOAI, un colectivo de crítica a la sociedad tecnológica, esta publicación sale una vez al año, pretendiendo incluir artículos de fondo, quegeneren debate o que aporten una crítica real al tecnosistema.

En un mundo donde la megamáquina va ganando terreno a la vida natural y salvaje, que cada vez recuerda más a distopías como Matrix o Blade Runner, donde la gente vive cada vez más dependiendo de una pantalla, donde los drones surcan el cielo sin que nos extrañe, donde las cámaras de videovigilancia controlan todos nuestros movimientos, es necesaria una crítica profunda a las causas que nos están empujando a esta catástrofe.

Además, este progreso desmedido que asola las sociedades modernas implica la destrucción y sometimiento de parajes naturales, de los resquicios de naturaleza salvaje que perviven todavía a día de hoy. Sin olvidar ciertos grupos sociales, que integrados en esa vida salvaje están siendo aniquilados en nombre de la ciencia y del progreso.

Por otro lado, vemos ciertas iniciativas, tanto pasadas como presentes, con buenas perspectivas y creemos que también es importante darlas a conocer para ampliar los horizontes de nuestra crítica e ir encontrando alternativas y formas de resistencia, como es el caso de las luchas en defensa de la tierra, la okupación rural, las luchas ludditas, la resistencia indígena, etc…

Así, en este número encontraréis artículos sobre la resistencia de los ludditas, la defensa del bosque de Hambach, la resistencia histórica al Sistema Métrico Decimal, y otros artículos de fondo que, esperamos, sirvan a crear un debate enriquecedor. Agradecemos su colaboración a Juanma Agulles por prestarse a la entrevista sobre su libro “Los límites de la conciencia. Ensayos contra la sociedad tecnológica” y a la compañera que nos respondió a las preguntas sobre la defensa del bosque de Hambach.

Las motivaciones de sacar esta publicación siguen siendo las mismas, crear un espacio de debate entorno a la cuestión tecnológica y extender los planteamientos que, desde una visión cercana a las ideas libertarias, que plantean como base la autonomía, la autogestión y la autosuficiencia, se oponen al avance del leviatán tecnológico. Así pues la revista está abierta a cualquier colaboración, ya sea mediante artículos, críticas, etc…

Si quieres colaborar con la distribución o edición de la revista escribe al email o entra en el blog y descárgate la versión en PDF. En el blog puedes encontrar también los números anteriores de Libres y Salvajes y del boletín Moai.


Contenido:

4- Un verano de fuego. Las hogueras de la revolución de julio de 1936.
6- Los límites de la conciencia: entrevista a Juanma Agulles.
12- Insurrectos contra contra la ley de la gravedad. Insurrectos contra el sistema métrico decimal.
17- Lecciones de Historia. El movimiento Luddita.
19- Ejercicio físico y autonomía frente a la sociedad industrial.
23- Reflexiones sobre la ambivalencia del progreso técnico
36- Luchas en defensa de la tierra: el bosque de Hambach
41- Domesticados
42- La primera destrucción de máquinas, la quema del taller Ubach en Terrassa el año 1802
44- Motivos para oponerse a los teléfonos móviles

Para descargar:

- Formato lectura: aquí
- Formato impresión: aquí

viernes, junio 12

R-209. Habla el Frente de Liberación Animal


En nuestra sociedad los animales no humanos son utilizados como recursos alimenticios, prendas de vestir, entretenimientos degradantes, medios de transporte o instrumental de laboratorio. Ante esto, el movimiento por la liberación animal trata de lograr que los intereses de todo individuo capaz de disfrutar de la vida y la libertad sean respetados por igual, sin importar su raza, sexo, especie o capacidad intelectual.

En los años 70 surge en Inglaterra el primer grupo de activistas que decide desobedecer la ley para detener esta situación de discriminación especista. Desde entonces cientos de compañeros, por todo el mundo, han decidido tomar parte en las prácticas de liberación, investigación y sabotaje. Este libro ha sido escrito por algunas de las personas que han participado en esta lucha. Una lucha de la que tú también puedes formar parte.

13×18,5 cm
288 páginas.
Descarga gratis aquí

http://ochodoscuatroediciones.org/

martes, junio 9

La peste ciudadana. La clase media y sus pánicos

Que la economía y la política vayan a la par es algo elemental. La consecuencia lógica de tal relación es que la política real ha de ser fundamentalmente económica: a la economía de mercado corresponde una política de mercado. Las fuerzas que dirigen el mercado mundial, dirigen de facto la política de los Estados, la exterior, la interior y la local. La realidad es ésta: el crecimiento económico es la condición necesaria y suficiente de la estabilidad social y política del capitalismo. En su seno, el sistema de partidos evoluciona de acuerdo con el ritmo desarrollista. Cuando el crecimiento es grande, el sistema tiende al bipartidismo. Cuando se detiene o entra en recesión, como si obedeciera a un mecanismo homeostático, el panorama político se diversifica.


El capital, que es una relación social inicialmente basada en la explotación del trabajo, se ha apropiado de todas las actividades humanas, invadiendo todas las esferas: cultura, ciencia, arte, vida cotidiana, ocio, política… Que hasta el último rincón de la sociedad se haya mercantilizado significa que todos los aspectos de la vida funcionan según pautas mercantiles, o lo que es lo mismo, que cualquier actividad humana es gobernada por la lógica capitalista. En una sociedad-mercado de éstas características no existen clases en el sentido clásico del término (mundos aparte enfrentados), sino una masa plástica donde la clase del capital -la burguesía- se ha transformado en un estrato ejecutivo sin títulos de propiedad, mientras que su ideología se ha universalizado y sus valores han pasado a regular todas las conductas sin distinción. Esta forma particular de desclasamiento general no se traduce en una desigualdad social menguada; bien al contrario, es mucho más acentuada, pero incluso con el aguijoneo de la penuria ésta se percibe con menor intensidad y, por consiguiente, no induce al conflicto. El modo de vida burgués ha inundado la sociedad, anulando la voluntad de cambio radical. Los asalariados no quieren otro estilo de vida ni otra sociedad esencialmente diferente; a lo sumo, una mejor posición dentro de ella mediante un mayor poder adquisitivo. El antagonismo violento se traslada a los márgenes: la contradicción mayor radica más que en la explotación, en la exclusión. Los protagonistas principales del drama histórico y social ya no son los explotados en el mercado, sino los expulsados y quienes se resisten a entrar: los que se sitúan fuera del “sistema” como enemigos.


La sociedad de masas es una sociedad uniformizada, pero tremendamente jerarquizada. La cúspide dirigente no la conforma una clase de propietarios o de rentistas, sino una verdadera clase de gestores. El poder deriva pues de la función, no del haber. La decisión se concentra en la parte alta de la jerarquía social; la desposesión, principalmente en forma de empleo basura, precariedad laboral y exclusión, se ceba en la parte más baja. Las capas intermedias, encerradas en su vida privada, ni sienten ni padecen; simplemente consienten. Sin embargo, cuando la crisis económica las alcanza, las tira hacia abajo. Entonces, dichos estratos, denominados por los sociólogos clases medias, salen de ese inmovilismo que era basamento del sistema de partidos, contaminan los movimientos sociales y toman iniciativas políticas que se concretan en nuevas formaciones. Su finalidad no es evidentemente la emancipación del proletariado, o una sociedad libre de productores libres, o el socialismo. El objetivo es mucho más prosaico, puesto que no apunta más que al rescate de la clase media, o sea, a su desproletarización por la vía político-administrativa.


La expansión del capitalismo, geográfica y socialmente, comportó la expansión de sectores asalariados ligados a la racionalización del proceso productivo, a la terciarización de la economía, a la profesionalización de la vida pública y a la burocratización estatal: funcionarios, asesores, expertos, técnicos, empleados, periodistas, profesiones liberales, etc. Su estatus se desprendía de su preparación académica, no de la propiedad de sus medios de trabajo. La socialdemocracia alemana clásica vio en esas nuevas “clases medias” un factor de estabilidad que hacía posible una política reformista, moderada y gradual, y desde luego, un siglo más tarde, su ampliación permitió que el proceso globalizador llegara al límite sin demasiadas dificultades. El crecimiento exponencial del número de estudiantes fue el signo más elocuente de su prosperidad; en cambio, el desempleo de los diplomados ha sido el indicador más claro de la desvalorización de los estudios y, por lo tanto, el termómetro de su abrupta proletarización. Su respuesta a la misma, por supuesto, no adopta rasgos anticapitalistas, ajenos completamente a su naturaleza, sino que se materializa en una modificación moderada de la escena política que reaviva el reformismo de antaño, centrista o socialdemócrata, pomposamente denominada “asalto a las instituciones”.


La clase media se halla en el centro de la falsa conciencia moderna por lo que no se contempla a sí misma como tal; para ella su condición es general. Todo lo ve bajo su óptica particular exacerbada por la crisis, sus intereses son los de toda la sociedad. Sociológicamente, todo el mundo es clase media; sus ideólogos se expresan en el lenguaje de cartón piedra de Negri, Gramsci, Foucault, Deleuze, Derrida, Baudrillard, Bourdieu, Zizek, Mouffe, etc. Para ellos el “gran acontecimiento”, la quiebra del régimen capitalista, es algo que nunca sucederá. La revolución es un mito al que conviene renunciar en aras de una contestación realista a la crisis que fomente la participación ciudadana a través de las redes sociales, o sea, la cacareada “dialéctica de contrapoder”, no que impulse el cambio revolucionario. Políticamente, todo el mundo es ciudadano, o sea, miembro de una comunidad electrovirtual de votantes, y en consecuencia, ha de apasionarse con las elecciones y las nuevas tecnologías. Cretinismo ideológico posmoderno por un lado, cretinismo parlamentario tecnológicamente asistido por el otro, pero cretinismo que cree en el poder. Su concepción del mundo le impide contemplar los conflictos sociales como lucha de clases; para ella aquellos son simplemente un problema redistributivo, un asunto de ajuste presupuestario cuya solución queda en manos del Estado, y que por consiguiente, depende de la hegemonía política de las formaciones que mejor la representan. La clase media posmoderna reconstruye su identidad política en oposición, no al capitalismo, sino a “la casta”, es decir, a la oligarquía política corrupta que ha patrimonializado el Estado. Los otros protagonistas de la corrupción, banqueros, constructores y sindicalistas, permanecen en segundo plano. La clase media es una clase temerosa, espoleada por el miedo, por lo que busca hacer amigos más que enemigos, pero ante todo busca no desequilibrar los mercados; la ambición y la vanidad aparecerán con la seguridad y la calma que proporciona el pacto político y el crecimiento. Al constituirse como sujeto político, su ardor de clase se consume todo ante la perspectiva del parlamentarismo; la contienda electoral es la única batalla que piensa librar, y ésta discurre en los medios y las urnas. En sus esquemas no cabe la confrontación directa con la fuente de sus temores y sus ansias -el poder de “la casta”- ya que sólo pretende recuperar su estatus de antes de 2008, reforma que pasa por la despatrimonialización de las instituciones, no por su liquidación.


El concepto de “ciudadanía” ofrece un sucedáneo identitario allí donde la comunidad obrera ha sido destruida por el capital. La ciudadanía es la cualidad del ciudadano, un ente con derecho a papeleta cuyos adversarios parece que no sean ni el capital ni el Estado, sino los viejos partidos mayoritarios y la corrupción, los grandes obstáculos del rescate administrativo de la clase media desahuciada. La ideología ciudadanista, a la vanguardia del retroceso social, no es una variante pasada por agua del obrerismo estalinoide; es más bien la versión posmoderna del radicalismo burgués. No se reconoce ni siquiera de boquilla en el anticapitalismo, al que considera caducado, sino en el liberalismo social de corte más o menos populista. Esto es así porque ha tomado como punto de partida la existencia degradada de las clases medias y sus aspiraciones reales, por más que se apoye en las masas en riesgo de exclusión, demasiado desorientadas para actuar con autonomía, y asimismo en los movimientos sociales, demasiado débiles para creer y mucho menos desear una reorganización de la sociedad civil al margen de la economía y del Estado. En ese punto, el ciudadanismo es hijo putativo del neoestalinismo fracasado y de la socialdemocracia obstruida. El programa ciudadanista es un programa de advenedizos, extremadamente maleable y tan políticamente correcto que da arcadas, ideal para arribistas frustrados y aventureros políticos en paro. Los principios no importan; su estrategia es conscientemente oportunista, con objetivos únicamente a corto plazo, perfectamente compatibles con pactos que el día antes de las elecciones hubieran sido considerados contra natura.


En ningún programa ciudadanista figurarán la socialización de los medios de vida, la autogestión generalizada, la supresión de la especialización política, la administración concejil, la propiedad comunal o la distribución equilibrada de la población en el territorio. Los partidos y alianzas ciudadanistas se proponen simplemente un reparto de ingresos que amplíe la base mesocrática, es decir, pugnan por unos presupuestos institucionales que detengan las privatizaciones, eliminen los recortes y reduzcan la precariedad laboral, sea por la creación de pequeñas empresas, o por la cooptación de una mayoría subempleada de titulados en las tareas administrativas, intenciones que no son nada rupturistas. No llegan a la arena política como subversivos sino como animadores; lo de cambiar la constitución de 1978 no va en serio. Todavía no han puesto el pie en el ruedo y ya exhiben realismo y moderación a raudales, enarbolando la bandera monárquica y tendiendo puentes a la denostada “casta”. Son conscientes de que una vez consolidados como organizaciones y en posesión de un capital mediático suficiente, el paso siguiente será una gestión de lo existente más clara y eficaz que la anterior. Ninguna medida desestabilizadora les conviene, pues los líderes ciudadanistas han de demostrar que la economía se desenvolverá menos críticamente si son ellos quienes están al timón de la nave estatal. Forzosamente han de presentarse como la esperanza de la salvación por la economía, por eso su proyecto identifica progreso con productividad y puestos de trabajo, o sea, es desarrollista. Persigue entonces un crecimiento industrial y tecnológico que cree empleos, redistribuya rentas y aumente las exportaciones, bien recurriendo a reformas del sistema impositivo, bien a la explotación intensiva de los recursos territoriales, incluido el turismo. Lo de menos es que los empleos sean socialmente inútiles y respondan a necesidades auténticas. El realismo económico manda y completa al realismo político: nada fuera de la política y nada fuera del mercado, todo para el mercado.


El relativo auge del ciudadanismo, con sus modalidades nacionalistas, viene a demostrar el deficiente calado de la crisis económica, que lejos de sacar a la luz las divisiones sociales y sacar a la luz las causas de la opresión, dando lugar a una protesta consciente y organizada que se plantee la destrucción del régimen capitalista, ha permitido a otros disimularlas y oscurecerlas, gracias a una falsa oposición que lejos de cuestionar el sistema de la dominación lo apuntala y refuerza. Una crisis que se ha quedado a mitad de camino, sin desencadenar fuerzas radicales. No obstante, las crisis van a continuar y a la larga sus consecuencias no podrán camuflarse como cuestión política y terminarán emergiendo como cuestión social. Todo dependerá del retorno de la lucha social verdadera, ajena a los medios y a la política, recorrida por iniciativas nacidas en los sectores más desarraigados de las masas, aquellos que tienen poco que perder si se deciden a cortar los lazos que les atan al destino de la clase media y bajan de su carro. Pero dichos sectores potencialmente antisistema hoy parecen agotados, sin fuerzas para organizarse autónomamente, incapaces de erigirse en sujeto independiente, y por eso el ciudadanismo campa a sus anchas, llamando suavemente a la puerta de los parlamentos y consistorios municipales para que le dejen entrar. Esa es la tragicomedia de nuestro tiempo.



Argelaga, 30 de abril de 2015

sábado, junio 6

A ti, Libertad... En memoria de Borja Martín Gómez

A ti, LIBERTAD, que permaneces en vigilia en el sendero de las ansias.

Que percibes la humedad de las lluvias interminables y el hielo de las

nieves 

perpetuas.

Que sientes los pétalos de una flor negra: la de las tristezas densas.

No sufras…

No estás sola…

No temas.

Pues la vida es un trozo de mármol y nosotros los cinceles que

golpean la 

piedra 

creando la estatua inacabada de nuestros actos.

Atiende, LIBERTAD,

Atiéndeme ahora que te he encontrado:

Busca en tus nervios la tensa sinfonía de los años muertos y derrama

en cada 

nota el silencio de tus miedos.

No sufras…

No estás sola…

No temas.

Pues nosotros somos los sensibles cinceles

Que rebeldes golpean violentos la piedra.
                                               

 Borja Martín Gómez


En homenaje a Borja Martín Gómez,  preso aparecido "ahorcado" en la cárcel de A Lama hace unos meses. Noticia

miércoles, junio 3

Anarquismo y liberación animal

Este folleto que tienes entre tus manos es un texto sencillo, para quienes estén interesados en la liberación animal como un componente de la liberación total. No pretendemos imponer nuestra forma de pensar, sólo reflejar el actuar de la dominación y de la explotación sustentadas en una ideología autoritaria; se trata de llegar a la crítica, el análisis y la reflexión acerca de las relaciones de poder y dominación que se dan en la sociedad moderna civilizada. Donde inclusive los antiautoritarios reproducen estas relaciones con sus homólogos no-humanos, también argumentamos por qué creemos que esta actitud es incoherente e impropia de cualquiera que luche contra la autoridad y la dominación.

Todos aportamos a la explotación animal no-humana y humana a través de nuestra indiferencia-sumisión al sistema capital-especista. No esperamos que la sociedad cambie, nuestro afán es derrocarla junto a todos sus valores y moral religiosa porque la liberación total viene dada por la destrucción del sistema en su totalidad.”

“Cada ser explotado de cada especie del sistema capitalista-especista muere lentamente, como si la inyección letal administrada por el Poder, tuviera un efecto pausado, ya que lo natural sería que cada ser vivo, en la meseta de la vida finalizara con la muerte, no obstante, quienes vivimos en esta sociedad impuesta y civilizada, perecemos silenciosamente, tras una larga y agónica vida de imposición servicial, unos somos mano de obra, otros mercadería o productos de consumo, pero esto es así porque existe una sociedad de jaulas y celdas, y esto seguirá ocurriendo mientras no destruyamos la autoridad y a quien la legitima: La Democracia.”

Lo puedes descargar aquí

52 páginas
Ediciones Ex-Nihilo